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104 DR. J. M. NUÑEZ PONTE Imitación, porque unas y otras convienen al aprovechamien– to espiritual; satisfacen a los intereses eternos y no dejan de conducir a remate feliz los temporales, a fin de que aquel Dios en cuyo nombre se ofrecían en otro tiempo juntamente el vino y el trigo, por el rocío del cielo y por las mieses de la tierra (10), esto es, los favores del espíritu y las riquezas del cuerpo, no los considere inútiles ni los juzgue con repro– bación, como al criado inhábil que enterró el talento del amo. Sí, Hernández primeramente le correspondía a Dios, Que tenía de continuo a la niña de sus ojos y a Quien refería su ideal de perfeccionamiento. Cuando visitaba a los ricos, pre– tendía sin duda una recompensa legítima, su bienestar, su prosperidad, a cambio de su trabajo; pero no buscaba nada de esto como un fin para saciar apetitos, para procurar gus– to exclusivo al yo, a este "yo aborrecible", que decía Pas– cal; sino como medio a veces necesario para cumplir mejor la divina voluntad y para suministrar todavía mayores bie– nes al prójimo. El dinero así no es contrario a Dios, es muy lícito, y llega a constituir un poder digno y noble, cual lo constituye el talento, cual lo constituye el saber mismo y todo humano prestigio; poder fecundo que se puede ejercitar como palanca de actividad eficaz en beneficio de las almas y de las sociedades, en el progreso de la cultura, en el alivio del dolor. Y con efecto, si Hernández es médico de los ricos, él no acude a ellos, no actúa entre ellos, para mercarles los dine– ros con su ciencia. Más de un testigo apoyaría nuestro aser– to y declararía cómo, al pretender depositar en manos del doctor Hernández alguna gran cantidad como honorarios, la rectitud de conciencia de aquel hombre se rebelaba impe– liéndole a rechazar lo que excediera al canon instituído por (10) Génesis, XXVII, 28
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