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102 DR. J. ~.!. :"iUÑBZ PONTE ciones y esmero acorría a la cabaña desmantelada del po– bre como a la espléndida alcoba del magnate; y eran para. aquél iguales el saber y la consolación que para éste. "Cuanto más las ciencias se refieren al hombre, como la Medicina, ha dicho De Maistre, menos pueden prescindir de la religión. Leed, si queréis, a los médicos irreligiosos, como sabios o como escritores si tienen el mérito del estilo; pero no los llaméis junto a vuestro lecho. No olvidemos el pre– cepto de Celso, que nos recomienda buscar, cuanto podamos, el médico amigo. Busquemos, pues, antes que todo al que ha jurado amar a todos los hombres, y huyamos por sobre todo del que, por sistema, no debe amor a nadie" (8). Es increíble el bien dispensado por el celo de Hernán– dez a tantas almas en el lecho del moribundo, en el supremo instante de comparecer al tremendo juicio de la eternidad. C::msta que fueron muchos los arrebatados por su palabra firme e insinuante de convencido a las garras del erro! y de la herejía, sectarios de todo cariz, impíos o indiferentes que, a su excitación e influjo, abrazados con la Iglesia durmie– ron consolados el sueño de la muerte, debiéndole a él la paz de la última hora y la esperanza de la salvación. En su apostolado, dos luces infalibles guiaban el celo ge– nial y los sentimientos de Hernández: la conciencia y la ca– ridad ; no sólo la simple conciencia profesional, la cual es ya cosa excelente de suyo, sino la conciencia iluminada por la fe, que es voz sobrenatural del cielo, honrada a toda prue– ba; no la mera asistencia de un feble altruísmo y de una fi– lantropía nominal, sino la genuina, inconfundible beneficen– cia cristiana, la positiva caridad de la paciencia, de la be– nignidad y del sacrificio, el real amor de entregamiento ab- (8) Soirées de St. Pétersbourg.
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