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DR. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 101 Leamos a este respecto las oportunas frases de una prin– cesa que a las elegancias de la corte unía la donosura de las letras: "¿Por qué hemos de abrigar miserables disgustos, concebir rivalidades ridículas? ¿ Tiene acaso el rubí celos de la rosa, o envidia el diamante al limpio arroyuelo? ¿Pre– tenderá el águila convertirse en astro ni la azulada flor er: arrebol purpúreo? ¿No tienen todas estas cosas su belleza pecuhar y cada sér una naturaleza intrínseca, como tam– bién indicada su destinación, a otra ninguna semejante?". (5). El trabajo de Hernández se aumentaba día a día, pero su prestigio difundíase asimismo en auge, como los aromas de un campo florido, a medida de la acrecencia progresiva de su satisfecha clientela. Su nombre volaba como un acen– to de sonora música en las ondas vibrantes de la fama. "Su ciencia le alzaba en honor, y por ella era enaltecido entre los grandes" (6) Dios mismo le llenaba "del espíritu de in– teligencia, para que derramara en profusa lluvia máximas de sabiduría" (7). Era Hernández un sicólogo consumado, cual se ha me– nester sobre todo en ciertas posiciones; diríase que antes de pasar bajo el dintel del aposento en calidad de médico, ya había infundido hacia el lecho del enfermo, como perfum8 balsámico, el hálito moral de la virtud, y una vez allí, des– plegaba el valor de su consejo en palabras de dulzura y de paz para, ante todas cosas, mitigar y consolar al doliente, ora sobrellevase con mansedumbre su pena, ora protestase colérico contra la mano que le hería. Y con las mismas aten- (5) Carolina lwcmowsky: La Vida crisiiana en el mundo etc (6) Eclesiástico, XXXVIII, 3. (7) Eclesiástico, XXXIX, 8 y 9.
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