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100 DR. J. M. NUÑEZ PONTE te a la doctrina dogmática y a su método, los que determi– naron aquella vasta popularidad de que gozaba, y la gene– ral aceptación aun entre personas distanciadas de él por doc– trinas y principios religiosos; aunque en realidad no tuvo nunca adversarios" (2). Las loanzas para Hernández andaban de boca en boca y de pluma en pluma, y las almas se volvían hacia él atraí– das como por un imán poderoso; porque, a una con sus te– soros mentales, poseía además a perfección otra ciencia su– perior y envidiable, que no se aprende en academias: "la ciencia de hacerse amar". Tal apuntaba don Francisco de Sales Pérez en un Elogio de aquellos días, inserto en la mag– nífica revista "El Cojo Ilustrado", que recogía y puntualiza– ba nuestro movimiento literario y social de la época. Este mismo atildado escritor, con tino de vidente, predecía su glo-– ria futura, su celebridad al través del dilatado agente que se denomina tiempo; y mayormente le alababa por ser "un médico que hablaba bien de sus colegas". Esas rencillas y mezquinas suspicacias, -plaga de las sociedades incipientes y de escasa cultura-, entre los hombres de la misma cate– goría profesional, quienes antes deberían mancomunarse en cohesión homogénea, para compactar un agregado y concu– rrencia de fuerzas útiles en torno de la propia finalidad, son siempre detestables y ruines. La envidia no entra en los co– razones arreglados, porque ella es regresiva, tormentosa y traicionera, fomenta la discordia, repudre las entrañas y ale– ja la participación de la sabiduría (3); y al revés, indicio de ser sabio y perfecto es, -se lee en la Imitación,-. senti, bien y grandes cosas de los otros (4). (2) V. Cultura Venezolana, Nº 8, Julio. Agosto 1919. (3) Sap. VI, 25. (4) !mil. Lib. !, cap. 2.

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