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16 Anel Hernández Sotelo Contrariamente a lo que sucede en la ac- tualidad, donde la muerte pareciera un in- cómodo tabú que hay que mantener lo más alejado posible, y existen innumerables ar- tilugios y pócimas para evitar la caducidad corporal, los primeros siglos de la época moderna estuvieron marcados por la fami- liaridad –no por la domesticación, como parecemos pretender ahora– y contempla- ción de la calavera. Por ello, era natural no sólo imaginar la muerte propia, sino verla, presenciar la muerte ajena, pues “la muerte barroca es un espectáculo; es por eso mis- mo una muerte pública”. 18 Esta familiarización con la muerte en el mundo católico era, al mismo tiempo, parte del contrapeso que la santa sede hizo en contra de los países donde el luteranismo y el calvinismo se habían arraigado. Lutero y Calvino denunciaron constantemente las creencias católicas alrededor de la muerte como meras transacciones económicas y empoderamiento social, por lo que supri- mieron la celebración de día de muertos, las indulgencias y los sufragios para las al- mas del purgatorio (sólo creían en la exis- tencia del cielo y del infierno). La escisión de estas iglesias cristianas supuso que las disposiciones tridentinas sobre la muerte se acendraran hacia la espectacularidad ca- tólica. Y aunque el humanismo erasmiano hizo poco caso a las incursiones diabólicas en el momento de la expiración, en general la Iglesia romana propagó las ceremonias mortuorias, la pintura macabra y magnifi- có las representaciones del purgatorio. Los capuchinos y la muerte: Sicilia y Roma La Orden de Frailes Menores Capuchinos –surgidos a partir de la rama franciscana– se consolidó casi a la par de la gestación en Europa de la idea de la muerte como violadora de la vida. Desde la retórica del tenebrismo , 19 que alcanzó incluso el siglo XVIII particularmente en órdenes tan con- servadoras como la de los frailes que nos ocupan, la interrupción violenta de la vida suponía el peligro de la condena eterna. Este concepto barroco de la muerte estu- vo empapado de una suerte de espectacu- laridad postridentina en la representación en sus espacios arquitectónicos. Siendo los capuchinos una de las órdenes religiosas más representativas de la contrarreforma católica –al igual que la Congregación de la Compañía de Jesús– no debe sorpren- dernos que algunos de los osarios monu- mentales más famosos pertenezcan a esta orden, muchos de los cuales se han conver- tido además en atracción turística casi obli- gada: las Catacumbas de Palermo y Burgio (en Sicilia), y la cripta de la iglesia de Santa María de la Concepción en Roma. Si bien la orden mendicante franciscana fue fundada a principios del siglo XIII , la fundación de la rama capuchina fue mucho más reciente, pues apenas data de media- dos del XVI , pero que su pronta expansión por Italia y España produjo numerosas construcciones a lo largo de los tres siglos siguientes. 20 Ha de recordarse que una par- 18 Fernando Martínez Gil, Muerte y sociedad en la España de los Austrias , Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 2000, p. 324. 19 El término es de Fernando Rodríguez de la Flor, Barroco. Representación e ideología en el mundo hispánico (1580-1680) , Cátedra, Madrid, 2002, p. 21.

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