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15 Una arquitectura de huesos campana, la muerte y el diablo acecharían a quienes prefirieron los bienes temporales y no se ocuparon de los eternos. De ahí la trascendencia del “Mira que te has de mo- rir / Mira que no sabes quando / Mira que te mira Dios / Mira que te está mirando”. 13 Como asentara San Agustín en La Ciu- dad de Dios , los condenados al infierno padecerían dolores corporales eternos por- que “así como decimos cuerpos sensitivos y cuerpos vivientes, procediendo del alma el sentido y vida del cuerpo, así también de- cimos que los cuerpos [de los condenados] se duelen, aunque el dolor del cuerpo no puede ser sino procedente del alma”. 14 De ahí que, a decir de Alfredo Nava Sánchez, el miedo al infierno era una virtud cristia- na pues, además de que con él se ejercía el control social, los fieles lo percibían como una herramienta que los alejaba de los pecados y sus consecuencias extrate- rrenales. 15 Este principio agustiniano de la articulación entre muerte, infierno y dolor corporal, ha sido una de las bases dogmá- ticas fundamentales en el imaginario sobre los condenados, y que se tradujeron lógi- camente en muchos de los espacios arqui- tectónicos, sobre todo los europeos, ya que los edificios funerarios construidos por españoles o portugueses en sus posesiones americanas se inscribieron en múltiples contextos indígenas, cada uno con sus pro- pias concepciones de la vida y la muerte, que influyeron de manera determinante en sus construcciones. En la orden capuchina están presentes muchas de las tradiciones medievales. En las meditaciones sugeridas para sus retiros espirituales, como para el resto de las ór- denes religiosas, el tema de las penas del infierno también fue fundamental. Situado en el centro de la tierra, es decir, un espacio específico, el infierno era “un basto cala- bozo lleno de fuego, de tinieblas, y de toda suerte de los más crueles tormentos”, 16 en donde el cuerpo y las potencias del alma padecían los múltiples martirios hechos por el demonio. La mayor pena infernal no eran los insultos, los dolores y los dolores del alma, sino “que las almas condena- das en el inferno no verían jamás la cara de Dios, aquella inmensa hermosura: en un mismo instante se conocen criadas por Dios, y siempre lejos de Dios”. 17 En este sentido, el fenómeno de los osa- rios monumentales puede entenderse como una apropiación de los espacios arquitec- tónicos desde el pensamiento recurrente, reforzado por la presencia de huesos rea- les, como símbolo de la caducidad corpo- ral. Caducidad inevitable, caducidad de la vanitas , de los placeres mundanos. Estos osarios superaron la representación del memento mori , para “presentarlo”, con la finalidad de que quien entrara en aquellos espacios arquitectónicos y se enfrentase a la visión de los desechos posmortem , re- consideraría su actuar en la vida terrenal y su futuro en el más allá. 13 Cita en cuadro de la colección de la Catedral de Segovia, España. 14 San Agustín, La Ciudad de Dios , Porrúa, México, 2004, p. 639. 15 Alfredo Nava Sánchez, “Es por meter miedo a los hombres: el miedo al infierno en el siglo xvi novohispano” en Pilar Gonzalbo Aizpuru, et. al. (eds.), Una historia de los usos del miedo , UIA/El Colegio de México, México, 2009, pp.185-202. 16 Gaetano Maria da Bergamo, El capuchino retirado por diez dias en sí mismo. Exercicios espirituales ajusta- dos al uso, Regla y Constituciones de los frayles menores capuchinos de San Francisco , traducción del italiano por Francisco de Santander, Francisco Sánchez Reciente, Sevilla, 1723, p. 125. 17 Ibíd ., p. 126.
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