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21 Una arquitectura de huesos gía del objeto fundamentada en el estatus dado al objeto por la ciencia positivista del siglo XIX . La otra, la museología de la idea, en cambio, “conceptualiza al objeto como portador de información, como sig- no significante, como soporte de significa- dos referenciales, todo ello en consonancia con los nuevos paradigmas científicos y la influencia del Estructuralismo y la Semio- logía en el análisis, interpretación y comu- nicación de la cultura material”. 35 En el caso de los espacios arquitectóni- cos mortuorios en Sicilia, podríamos ha- blar de la hibridación entre la museología del objeto y de la idea, situándonos en la disposición espacial que hace de cada cadá- ver un objeto cosificado que instruye empí- ricamente sobre la caducidad humana y, al mismo tiempo, un objeto vivificado , un ca- dáver portador del simbolismo religioso de la época. Esta es pues, desde nuestro punto de vista, la particularidad de los osarios ca- puchinos en Sicilia, en donde la arquitectu- ra se vuelve el elemento que cobija la trans- misión de estos complejos mensajes. Y no sólo eso: el cadáver museístico pronto comenzó a coexistir con el “cadá- ver fragmentado” de la ornamentación –como un cadáver arquitectónico – pues con el tiempo, en las criptas de los monas- terios capuchinos comenzaron a aparecer representaciones óseas en piedra en co- lumnas, capiteles y enjutas en sus mismas capillas. Quizá el mejor ejemplo de ello es el con- vento romano de Santa Maria della Con- cezione dei Cappuccini construido entre 1626 y 1631 por mandato del Papa Urba- no VIII –Maffeo Barberini– quien subiera al papado en 1623. Al poco tiempo, convirtió a tres de sus sobrinos en funcionarios ecle- siásticos o en cardenales: Francisco Bar- berini estuvo a cargo de la Biblioteca Va- ticana, mientras que Antonio Barberini y Tadeo Barberini fueron pronto convertidos en cardenales, el último además en prefec- to romano. 36 Por su parte, Antonio Mar- cello Barberini (1569-1646), hermano de Urbano VIII –no confundir con el sobrino, llamado “el joven”– ingresó a la Orden de Capuchinos y, según las Crónicas capuchi- nas, fue fraile durante casi treinta años, 37 por lo que habitó el antiguo convento de la Chiesa della Santa Croce e Bonaventura dei Lucchesi 38 que utilizaron los capuchi- nos en un primer momento. En 1624, este mismo Papa le concedió a Antonio Marcello Barberini el capelo cardenalicio y, curiosamente, dos años des- pués, los capuchinos de Roma habían ya realizado la mudanza de su antiguo con- vento al de Santa Maria della Concezione dei Cappuccini , traslado que puede inter- pretarse como una de las concesiones car- denalicias a la Orden. No es fortuito, que a su muerte, Antonio Marcello fuese sepulta- 35 Ángela García Blanco, La exposición. Un medio de comunicación , Akal, Madrid, 1999, p. 60. 36 Irene Fosi, All’ombra dei Barberini. Fedeltà e servizio nella Roma barocca , Bulzoni, Roma, 1997 y Sheila Barker, “Pasquinades and propaganda: the recepcion of Urban VIII” en James Corkery y Thomas Worcester, The papacy since 1500. From Italian Prince to Universal Pastor , University of Cambridge Press, Cambridge, 2010, pp. 69-89. Sobre las relaciones de compadrazgo y los conflictos políticos religiosos de los Barberini entre Italia y España, véase Francesco Martelli, y Cristina Galasso (comps.), Istruzioni agli ambasciatori e in- viati medicei in Spagna en el “Italia spagnola” (1536-1648), Vol. II, Ministero per i beni e le attività culturali / Direzione generale per gli archive, Roma, 2007. 37 Marcelino de Pise, Quarta parte de las Chronicas de los Frailes Menores Capuchinos de N. S. P. S. Francisco , traducidas por José de Madrid, Bernardo de Villa-Diego, Madrid, 1690, pp. 593-594. 38 Antonio Nibby, Roma nell’anno mdcccxxxviii , Primera parte, Tipografia delle Belle Arti, Roma, 1838, p. 177.
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