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20 Anel Hernández Sotelo No obstante, a pesar de que desde las primeras décadas del siglo XVIII se prohibió en el Reino de Nápoles y Sicilia, la cercanía entre las sepulturas y la iglesia, los capu- chinos hicieron caso omiso de estas regula- ciones y continuaron con la práctica de la momificación, argumentando que una cosa era la preservación de esqueletos y otra, la sepultura de los cadáveres. 30 A partir de estas prácticas, quizá sea posible leer las momificaciones capuchinas en Sicilia como una de las expresiones barrocas más acaba- das sobre el memento mori , las postrime- rías y la vida en el más allá, sin perder de vista que la región siciliana fue un lugar de continuas tensiones políticas y religiosas. Como consecuencia de estas disputas entre religiones (judaísmo, islam, catolicis- mo, luteranismo y calvinismo), la sociedad siciliana cayó en una crisis de credibilidad, que se manifestó en la gran cantidad de blasfemos que fueron perseguidos por la Inquisición española. Acciones como jurar por el hígado y vientre de Dios , leer libros luteranos, describirse como El mesías, per- sonificar a Cristo como un salteador de ca- minos, creer que la sodomía era un pecado venial, que la homosexualidad no era peca- do, y que el cielo y el infierno no existían, 31 reflejaban esta crisis de credibilidad y supu- sieron una dureza inquisitorial especial. 32 En este sentido, quizá los capuchinos, fieles siempre a las disposiciones eclesiásticas ro- manas, pretendieron paliar el impacto de la doctrina del materialismo en Sicilia, con- venciendo a los feligreses de la importancia de las postrimerías y la temeridad que se le debe, por medio de la presencia viva de la muerte , comenzando por su presencia en sus propios espacios arquitectónicos con- ventuales. Para algunos autores, como el inglés Adrian Anthony Gill, en Europa “la dese- cación y conservación de cadáveres es un asunto particularmente siciliano”. 33 No obstante, disentimos de esta percepción, pues las investigaciones sobre la historia del embalsamiento en Occidente, desde el declive de la Edad Media hasta el siglo XX , hacen evidente que para diferentes fines (estudios anatómicos, presencia posmor- tem de nobles y reyes, escatología, trans- porte de cadáveres de personajes importan- tes a su lugar de sepultura, entre otros), la búsqueda por la conservación del cuerpo cadavérico fue continua en Europa. 34 Quizá la particularidad capuchina-sici- liana estuvo determinada por las formas espaciales que ocupaban los cadáveres: recostados o de pie, con sus mejores ga- las, los cadáveres constituían una suerte de espacio museológico. Grosso modo , la historia reciente de la ciencia de los mu- seos ha clasificado dos tipos de estrategias comunicativas dentro de la exposición mu- seística: la primera se trata de la museolo- 30 Ibíd., pp. 92-93 . 31 Ignacio Ruiz Rodríguez, Op. cit ., pp. 101-112. 32 Vittorio Sciuti-Russi, Op. cit ., pp. 75-99. 33 Adrian Anthony Gill, “Donde los muertos no duermen” en Revista National Geographic en Español , 1 de febrero 2009, sin paginar. [Disponible en: http://ngenespanol.com/2009/02/01/donde-los-muertos-no-duer- men-articulos/; última consulta: octubre 2010] 34 Véase Pascale Trompette, y Mélanie Lemonnier, “Funeral embalming: the transformation of a medical in- notation” en Science Studies , Vol. 22, No. 2, 1999, pp. 9-30; Melissa Johnson Williams, “A social history of embalming” en D. Clifton Bryant, Handbook of death and dying , Vol. II, sage , California, 2003, pp. 534-542 y Peter Bowler e Iwan Rhys Morus, Panorama general de la ciencia moderna , Crítica, Barcelona, 2007, pp. 31-69.
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