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374 ANEL HERNÁNDEZ SOTELO Las barbas y el hábito con capucho se convirtieron en el cuerpo portador y emisor de signos, no sólo para expresar una diferencia social con el resto de las órdenes religiosas, y especialmente con sus opositores acérrimos: los frailes observantes, sino como una manera de hacer visible la condición moral y peni- tencial de los integrantes de la comunidad capuchina.'. y es que el cuerpo (su adorno o su desaliño) tiene connotaciones doctrinales, a veces abstractas, sobre las actitudes frente al mundo y revela las luchas internas entre la conciencia y la expresión. Desde la promulgación de Clemente VII hasta nuestros días, los capuchinos han llevado barbas. Hoy, ese no es un elemento discutible, sin embargo entre los siglos XVI y XVII el uso de las barbas por estos religiosos desató una impor- tante polémica por varias razones. Quizá los iniciadores de la reforma, Mateo de Bascio y Luis de Fossombrone, en un intento por regresar a la vida eremítica. habían dejado crecer su barba como símbolo de la vida salvaje que practicaban. entendida ésta como la vida realizada fuera de la institución conventual e inmersa en los yermos, en comunión con la naturaleza". En el marco de esta tradición simbólica, la prescripción pontificia sobre el uso capuchino de las barbas pudo haber tenido relación con la idea eremítica de los primeros capuchinos. Pero la barba capuchina junto con el hábito de capucha puntiaguda fueron concebidos desde la mirada observante (que se decía también la más apegada a la Regla franciscana) como elementos simbólicos que ponían de manifiesto la separación y oposición entre ambas congregaciones franciscanas. El periodo comprendido entre la Edad Media central y hasta las primeras décadas del siglo XVI estuvo marcado por la extirpación de los elementos ca- pilares. Las personas gustaban de afeitarse las cejas y el nacimiento del cabello frontal, con el objetivo de dar un aspecto del rostro más limpio y una sensación de que la frente era más amplia". Si observamos las obras artísticas de esos siglos, rarísimos son los casos en que ul,1noble o un sacerdote son representados con bigotes o barbas. Sin embargo, en el periodo que corre entre el ascenso al poder de Carlos V y el ascenso de Luis XIV de Francia, fueron las modas españolas las que se convirtieron en el modelo admirado en toda Europa. La moda española se caracterizó por la utilización de verdugadas y bas- quiñas que, con el paso del tiempo, alcanzaron tamaños que dificultaban la movilidad (los guardainfantes) y por el uso de gorgueras y lechuguillas, que también se hicieron cada vez mayores y eran símbolo de jerarquía y poder. La figura del abridor de cuellos se convirtió en un personaje imprescindible en la cultura barroca del vestido nobiliario español, pues las lechuguillas llegaban 3. Juan P. Aranguren Romero, «¿Cómo se inscribe el sufrimiento en el cuerpo? Cuerpo, mística y sufrimiento en la Nueva Granada a partir de las historias de la vida de Jerónima Nava y Saavedra y Gertrudis de Santa Inés», Fronteras de la Historia, 12 (2007), págs. 17-52. Roy Porter, «Historia del cuerpo» en Peter Burke (ed.), Formas de hacer Historia, Madrid, 1996, págs. 264-265. 4. Roger Bartra, El salvaje en el espejo, México, 1992 y El salvaje artificial, México, 1997. 5. James Laver, Breve historia del traje y la moda, Madrid, 2005, pág. 76.
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