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LAS BARBAS CAPUCHINAS: PODER, MONSTRUOSIDAD E HIPOCRESÍA .. 383 de la provincia capuchina de Bolonia, acaecido en el último tercio del siglo XVI. Ambrosio era tan relajado en la vida conventual que su principal actividad era comer con desmedida, a pesar de las sanciones que le imponían sus prelados. Pero la gula no era su peor defecto, lo «mas monstruoso [era] que se afeitava la cara como mugen>, a pesar de que todo capuchino debía andar barbado. Los castigos que le imponían sus superiores no surtían ningún efecto y finalmente el lego decidió apostatar de la religión y convertirse en soldado. Gracias a la «justicia de Dios», tuvo una afrenta y su oponente «le dio una cuchillada tan misteriosa, que le cortó la frente, las narizes, los labios, y la barba, que eran las partes que solía afeitar». Tan feo quedó su rostro que pretendió volver al claustro pero el provincial no lo recibió y así «vivio con suma miseria en el siglo»:". Afeitarse la barba resultaba entonces más pecaminoso que comer compulsi- vamente, tanto que el castigo divino destrozó su rostro para que jamás pudiera andar por la vida con semblante de mujer, es decir, vanidosamente afeitado. Y es que la «frivolidad femenina» estaba constitucionalmente prohibida desde las primeras constituciones capuchinas (1529) pues se prescribía que los frailes nunca llevaran alforjas, sombreros, botas ni admitieran «otra cosa qualquiera, que se mas propia de la liviandad mujeril, que de la gravedad Religiosa, y me- nosprecio de todo lo temporal»:". La representación del capuchino suponía una afrenta al stablishment moral y social de la religiosidad barroca pero, al mismo tiempo, las controversias que estos elementos simbólicos levantaron en la sociedad fueron sin duda un elemento esencial para que su existencia real no pasara desapercibida y lograran la difusión necesaria para consolidar la permanencia de la Orden hasta nuestros días. La importancia iconográfica de las barbas capuchinas fue representada por el famoso pintor barroco Bartolomé Esteban Murillo. En la segunda mitad del siglo XVII, el artista realizó las pinturas que adornaron la iglesia capuchina de Sevilla hasta los tiempos de la invasión francesa 50. Entre el programa pictórico de la iglesia, los capuchinos quisieron que quedara plasmado el milagro acae- cido a san Félix de Cantalicio, primer santo de la Orden. Según la hagiografía, cierto día cuando fray Félix estaba rezando, la virgen se le apareció con el niño Jesús y puso al niño en los brazos del capuchino. Murillo representó la escena con una peculiaridad: san Félix se encuentra con el niño en brazos al tiempo que éste le acaricia tiernamente su larga y blanca barba". De este modo, las barbas capuchinas se convirtieron en un símbolo de poder pues en la obra es el 48. Zacarías Boverio, Segunda parte de las Chronicas de los Frailes Menores Capuchinos de N. P S. Francisco, traducidas por Francisco Antonio de Madrid Moneada, Madrid, 1646, pág. 103. 49. Zacarías Boverio, Primera parte ... , op. cit., pág. 145. 50. Actualmente las obras se encuentran en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, a excepción de la pieza del retablo mayor pues los capuchinos decidieron regalarla al sevillano Joaquín Bejarano debido a que éste se encargó de la restauración de la obra de Murillo que había quedado muy dañada por la invasión francesa en el siglo XIX. 51. Emile Malé, El arte religioso de la Contrarreforma, Madrid, 2001, pág. 177.
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