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382 ANEL HERNÁNDEZ SOTELO mitad del siglo XIX, como barba de capuchino o barba del Padre Eterno y recomendada por los médicos para la convalecencia de los enfermos". Otra razón del rechazo observante al uso de las barbas estaba vinculada a las técnicas del engaño, la disimulación y la hipocresía propia de la cultura occidental moderna. Las prácticas místicas y la exteriorización del pauperismo religioso estuvieron marcadas por la sospecha. Eremitas, anacoretas y ascetas fueron despojados del aura de santidad pues cabía la posibilidad de que fueran, en realidad, hipócritas narcisistas que vestían la cruz de vanidad. El nacimiento de la literatura picaresca puso de manifiesto que la representación de la po- breza era, desde el siglo XVI, una manera de vivir, un trabajo, la profesión de aquellos que hacían del engaño su modus vivendi. Así, el Pablos quevediano, aceptaba que las circunstancias de la vida y la persecución de sus objetivos, lo habían empujado a meterse a pobre, fiado de su buena prosa y de algunos recursos histriónicos'". En este sentido, el cuerpo fue entendido como un cuerpo representacional, dotado de recursos teatrales que, antes que transparencia, ofrecía a la sociedad una puesta en escena con la finalidad de disimular y engañar prudentemente para lograr metas y objetivos. Los capuchinos entonces fueron calificados de hipócritas. En primer lugar porque sus fundadores finalmente se retractaron y regresaron a la observancia. Así, según sus adversarios, la Orden fundamentó sus principios en la hipocresía. Pero dejando de lado los caóticos principios de la reforma, que no es el tema central de nuestro trabajo, el hecho de que estos frailes pretendieran, según sus contrarios, disfrazarse de Cristos y san Franciscos con el uso de las barbas y el hábito puntiagudo y remendado, hacía que se les estimara como «unos hipocritas, ambiciosos, pretendientes de honras, sepulcros blanqueados, que por defuera ostentaban apariencias de santidad, y por dentro ocultaban sobervia, y sabor del siglo»:". En esta línea, para Ximénez Patón el uso de barbas desaliñadas era sinónimo de fingida modestia y de bestialidad sólo comparable con faunos, sátiros y silvanos (monstruos salvajes, en definitiva) o con la secta de los alumbrados". Los capuchinos argumentaban que ninguna relación había entre la hipocresía, su vestimenta, las barbas y su instituto porque incluso habían advertido que Dios castigaba a quienes se decían capuchinos y no aceptaban las barbas. Tal fue el «caso horrible» (como lo califica Boverio) del fraile lego Ambrosio de Vitonto, 44. Pedro Felipe Monlau, Elementos de higiene privada o arte de conservar la salud del individuo, Madrid, 1864, pág. 124. La primera edición de esta obra de la que tenemos noticia fue impresa en Barcelona en 1846. También Francisco de P. Mellano, Enciclopedia moderna. Diccio- nario universal de literatura, ciencias, artes, agricultura, industria y comercio, Tomo IV, Madrid, 1851, pág. 639 45. Francisco de Quevedo, El buscón, Madrid, 1990, pág. 236. También José Antonio Ma- ravall, La literatura picaresca desde la historia social (siglos XV! )' XV!!), Madrid, 1986. 46. Zacarías Boverio, Primera parte ... , op. cit., pág. 234. 47. Bartolomé Ximénez Patón, Discurso de los tufos ... , op. cit., págs. 6-6v.

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