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LAS BARBAS CAPUCHINAS: PODER, MONSTRUOSIDAD E HIPOCRESÍA .. 381 «que la aspereza [capuchina] de su Habito con varios remiendos, era una afec- tada invención; que la barba crecida era un estilo sin exemplar, y los hacia monstruososw": [Las cursivas son nuestras] Si bien, el hábito también era parte representacional del cuerpo capuchino, las barbas eran una condición inherente a los religiosos pues, al igual que en el caso de los prodigios, desnudando a un capuchino lo que quedaba de su esencia era la anomalía del religioso franciscano barbado que producía curiosidad y, obviamente, promoción. y es que los prodigios relacionados con el crecimiento capilar tenían relación con las construcciones imaginarias sobre la hibridación entre un ser cuasihumano y el carácter animal, indomable y salvaje. Así, en el discurso impugnatorio, las barbas descuidadas constituían la condición bestial del fraile capuchino porque «la bestialidad toca esencialmente a la periferia del cuerpo; el cuerpo sigue siendo humano»:". Los capuchinos, con la introducción de la barba y del hábito con capucho largo y puntiagudo, representaban un desorden en el mundo, una transgresión al franciscanismo convencional de la época barroca, una paradoja. y es que obvia- mente las barbas capuchinas eran un cúmulo de pelos crecidos que poblaban el rostro sin el menor cuidado. El descuido capuchino de las barbas, como símbolo de dejación mundana, hacía que algunas veces la barba se extendiera por el pecho y alcanzara la cintura. Tal era la figura que durante la primera parte del siglo XVI presentaba el vicario general de Orden Bernardino de Ochino, después apóstata y hereje. La fisonomía de Ochino era la de de un hombre vestido con «su tosco sayal de Capuchino, su barba larga, que se prolongaba hasta más abajo del pecho, sus canas, su rostro pálido y descarnado [y] cierto aspecto de debilidad corporal por efecto de sus austeridades»:". Más de dos siglos después, a finales del siglo XVIII, el misionero capuchi- no Diego José de Cádiz conservaba la barba larga de los primeros tiempos. En su vida, escrita por fray Serafín de Hardales, se cuenta que al momento de su muerte su barba, completamente blanca, era «muy poblada, algo crespa y larga hasta como tres dedos cerca de la cintura»:". Una barba larga y descuidada como la que llevaron los capuchinos en el Antiguo Régimen fue la causa de que la planta cichorium intybus fuera conocida vulgarmente, desde la primera 40. Marcelino de Pise, Quarta parte de las Chronicas de los Frailes Menores Capuchinos de N. S. p. S. Francisco, traducidas por José de Madrid, Madrid, 1690, pág. I 1. 41. Jean-Jacques Courtine, «El cuerpo inhumano», art. cit., pág. 369. 42. Joaquín Gómez de la Cortina, Catalogus, Madrid, 1857, pág. 513. 43. Serafín de Hardales, El misionero capuchino: compendio histórico de la vida del vene- rable siervo de Dios el M. R. P Fr. Diego Josefde Cádi: [... ], Manresa, 1813, pág. 182. La primera edición de esta obra se imprimió en Cádiz en 1811.
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