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La transición barroco-ilustrada del demonio español desde la mirada capuchina / Anel Hernández Sotelo / 35 ira, y por lo tanto el peor, es el escándalo pues lo califica como “el dicho, o hecho menos recto, que es ocasion a otros de pecado, pues de las iras descompasadas de las contiendas, contumelias, de los odios, y rencores, y demas pecados de que es causa el iracundo, que han de hazer los demas sino escandalizarse, y murmurar? [porque] es imposible, que quien obra con ira use de la razon; y si falta la recta razon, que se puede esperar sino monstruosidades”. 37 Así la cosas, Satán persuade al iracundo de que todo lo que hacen los demás es en contra de él y se debe vengar pues perderá el crédito y quedará deshonrado si no toma venganza. Sabiendo Sa- tán quién es más proclive a la ira por escándalo, genera en aquel pensamientos como éste: “Si es- toy quieto, y tengo silencio, con esto compruebo, que es verdad el falso testimonio, y que callo, por no tener que responder, y con esso quedo muy mal, y mi credito perdido”; 38 de ahí que sea ne- cesario el escándalo para que toda la comunidad sepa que el iracundo tiene razón en su estado. De este discurso se desprende que para el capuchi- no la más grave manifestación de la ira no sea la semejanza con los sentimientos del demonio que tanto odia a los hombres, sino el escándalo por- que éste hace tambalear la organización no sólo monástica sino de toda una comunidad española ya devastada política, social, económica y religio- samente pues los escándalos “segregan en can- tidades crecientes envidia, celos, resentimiento, odio, todas las toxinas más nocivas”. 39 En cuanto a la soberbia, Alamín ve en ella la en- carnación demoniaca de los cuerpos pues explica que la soberbia “al hombre haze semejante al de- monio, hijo y primogénito suyo, pues le imita en su pecado [...] él es su padre, su maestro, y Rey [...] Y San Juan Clímaco dixo: Que el sobervio no necessita de demonio porque él es para sí el demonio, y enemigo”, el soberbio “es un verdade- ro apostata, pues en el bautismo se alistó debaxo de la vandera de Jesu Christo S. N., y prometió renunciar a todas las pompas, y obras de Satanás, que son la sobervia y, y los demas vicios, y des- pues los admite.” Como ejemplo determinante de estas características del soberbio, dice el fraile, 37 Alamín 336-337. 38 Alamín 347. 39 Alamín 34-35. “sembró el demonio en el coraçon de Adan la sobervia, cayó en ella, y de aquí proceden tantos generos de pecados como cometen los hombres”. Así las cosas, Eva era una incauta y, por su géne- ro, un disfraz perfecto para que Satanás sembrara la lujuria mientras que Adán era un soberbio que “no necesita de demonio porque él es para sí el demonio, y enemigo”. 40 Otro pecado capital, la avaricia, es relacionado por Alamín con la posesión de los libros. Sabemos que la sociedad española, y en general la euro- pea de la que hemos venido hablando, tenía para fines del siglo XVII una importante cultura li- bresca. España desarrolla durante los siglos XVI y XVII una “industria editorial” cuyo centro pro- ductor se encuentra en Madrid a pesar de las cri- sis económicas. 41 Así, el demonio se entromete en el uso virtuoso de los libros santos mediante un vicio: la avaricia definida por el fraile como “un demasiado afecto a lo temporal” en donde se consigue y se conserva el objeto material “con un desordenado amor” que ciega al individuo y lo lleva incluso a obrar en contra de Dios o del prójimo. 42 Es por ello que, apunta Alamín, “desear o apete- cer muchos libros, con pretexto de saber uno sus obligaciones” 43 es una falacia con la que el demo- nio procura la perdición de los religiosos capu- chinos desde sus antecedentes medievales, vale la pena leer lo que refiere Alamín sobre el asunto: Mi S. P. Francisco, Coronica [sic], I. part. lib. 2 cap. 24, confessó que avia sido tentado de tener libros; hizo oracion y conoció, que no le convenian, y a un Novicio que le pedia licencia para tener un Psalterio, no quiso concederla, diciendo: Que teniendo un libro, luego desearia otros para aprender. Y por último añadió: Qualquiera que quisiere ser Frayle Me- nor, no debe tener mas que el habito, cuerda, y paños menores [...] Cierto es, que sino se mortifica este afecto de libros, poco a poco se halla una cargado de ellos. Y no basta decir, que son de la Comunidad si ay mas de los necesarios. Lo 1. porque se bus- can con ansia, y apetito. Lo 2. porque los superfluos solo sirven 40 Alamín 403. 41 Colin Clair, Historia de la imprenta en Europa (Madrid: Ollero & Ra- mos, 1998). Jaime Moll Roqueta, “El impresor y el librero en el Siglo de Oro”. Mundo del libro antiguo , dirigido por Francisco Asín Remírez de Esparza (Madrid: Editorial Complutense, 1996). Simón Díaz, José. “El libro en Madrid durante el Siglo de Oro” . 42 Alamín 311. 43 Alamín 330.

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