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32 / Vol. 11 / Nº 23 / julio - diciembre de 2007 Así, para observar la Regla había que saberla y una de las maneras más ortodoxas de la adquisición de conocimientos ha sido para el catolicismo la lectura de libros puesto que este mismo se basa en uno: la Biblia. Pero como los frailes y creyen- tes de esta religión carecen del derecho a la libre interpretación del Texto Sagrado, era importan- te [y aún lo sigue siendo] la producción de más obras literarias que explicaran el sentido riguroso con el que el feligrés, el fraile, el sacerdote y el lego debían acercarse a la lectura sagrada. El libro que aquí nos ocupa es una obra produc- to de esta prohibición a la interpretación propia que, muy al estilo de la época, utiliza referencias bibliográficas básicas de textos ya consagrados como son las escritos de San Bernardo, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Santa Teresa de Jesús, San Buenaventura, San Lorenzo Justi- niano, San Juan Clímaco, San Ignacio de Loyo- la, San Juan de la Cruz, entre muchísimos otros autores eclesiásticos. Por otro lado, este “regreso” a los clásicos desde los últimos siglos de la Edad Media y durante el periodo llamado renacentis- ta obliga a nuestro autor a insertar dentro de la ideología cristiana, con un anacronismo enorme pero con una creatividad sorprendente, a aque- llos que llama “gentiles”, principalmente a Pla- tón, Aristóteles y Séneca, entre otros. Sabemos de una primera edición, dividida en dos tomos que salieron a la luz veintiún años antes, en 1693 y 1694 respectivamente. Esta primera versión de las Falacias del demonio 18 es mucho más pequeña. Los libros del tomo dos corresponden al tratado quinto y séptimo de la edición de 1714 que tienen como punto central los pecados capi- tales y los remedios para desarraigar los vicios y obtener las virtudes. Hasta no encontrar el tomo primero de 1693, no podremos saber la relación que pudo existir entre los libros uno y dos con la versión de 1714. La obra, muy bien pensada dentro de la lógica de un demonio aterrador y acosador, está dedica- da “al Primer Ministro de Dios, Principe de los Angeles, Protector del Pueblo escogido de Dios SAN MIGUEL ARGANGEL” dado que fue 18 Hasta ahora sólo me ha sido posible consultar el segundo tomo de esta edición en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México. El primer tomo lo he encontrado recientemente en la Biblioteca Nacional de España en Madrid. este arcángel el elegido por Dios “para defender la honra de Dios contra Lucifer y sus sequazes”, 19 y si bien Alamín sabe que sólo conociendo al enemigo se le vence, escribe: El fin de este libro es hacer guerra al demonio, y para ven- cerle, declarar algunos engaños suyos ocultos, con que rinde a las almas, es dar a conocer las armas, con que pelea, que son los siete vicios capitales, para que conocidos huyamos de ellos. Para todo esto hallaremos la victoria en nuestro glorioso San Miguel [...] que de dia y de noche no cessa de pelear contra el demonio. 20 Hasta aquí, y después de cobijarse bajo la custodia de San Miguel Arcángel, Alamín nos va esbo- zando un demonio bastante dantesco que incluso teje redes en donde más trabajo le cuesta tentar pues escribe en la Introducción que: En esta Ciudad todos hazen la voluntad del diablo, y asi uno basta para guardarla, como le dan gusto, no necessita de ten- tarlos, y assi este esta ocioso [...] En el monasterio todos resis- tían a las tentaciones, y por ello se juntó tan gran multitud de demonios para tentarlos [...] ¿qué se debe executar por librarse de nuestro enemigo el demonio? No sabemos que es continua su guerra, que nunca cessa de cercar, y sitiar a nuestras almas? Si la Ciudad con ser muy fuerte, y adornada de Murallas, y Castillos [para enfrentar a los enemigos militares], con gran diligencia se guarda, quanta mas se debe poner para defen- der a las almas que no tienen Castillos, ni Murallas, ni otra defensa, sino nuestro cuydado? [Además] la ignorancia de los peligros es la causa de no evitarlos [...] Es que ay muchas enfermedades espirituales, ay muchas ocultas postemas de los vicios, y bien peligrosas, que no te advierte ni se reparan. Son dolencias ocultas, y buen nocivas, y como las almas las igno- ran, de aqui proviene que aplican los remedios. 21 Las notas introductorias terminan con la afirmación que el autor hace sobre la utilidad del libro que han experimentado ya varios lectores, quienes le- yéndolo con cuidado, despacio y continuamente, de tener una vida derrotada y hacia el camino del diablo “se mudaron en otra bien exemplar”. 22 De 19 Félix de Alamín, Falacias del demonio y de los vicios que apartan del Camino Real del Cielo […] (Madrid: en la imprenta de Blas Vill- anueva, 1714) “Dedicatoria” s/n. 20 Alamín “Falacias … […]” 21 Alamín . . . , “Introduccion muy necessaria que declara la necessidad de la doctrina de este Libro”, s/n. 22 Alamín.. . , “Introduccion muy necessaria que declara la necessidad
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