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30 / Vol. 11 / Nº 23 / julio - diciembre de 2007 una manipulación, técnicamente lograda, de los comportamientos de los hombres”. 10 Dominar a la bestia que es el vulgo viene del gran peligro que representa, por eso, “el vulgo, en el XVII, está siempre presente, se hable de literatura, se trate de representaciones teatrales, se comente de la guerra, de dificultades económicas, de política [...] En todas partes hay un factor de “vulgo” en la sociedad barroca”. 11 Es así como el Barroco se convierte en un arma política: resulta funcional mover “en masa” las emociones de los hombres para lograr, mediante estímulos psicológicos, que presenten los com- portamientos necesarios para mantener las jerar- quías políticas y los intereses de éstas. Derivado de esta dimensión psicológica, lo importante no es mandar sino persuadir, es decir, mover al in- dividuo inserto en la masa desde adentro, desde sus propios móviles, desde su propia convicción pues las obras producidas en la época están pen- sadas para conmover, para impresionar, para odiar, para desear, para seducir, todo ello gracias al conocimiento de la “fragilidad humana” ante las pasiones, ante la excitación que toma el lugar de los pensamientos. De ahí que esta persuasión psicológica lleva al individuo manipulado a pen- sar que sus acciones son libres y por voluntad propia. El movimiento religioso de finales del siglo XVII y principios del XVIII en España tiene una rela- ción directa con el misticismo del Siglo de Oro. A la producción libresca de los grandes místicos españoles como Fray Luis de Granada, Santa Teresa y San Juan de la Cruz precedían un buen número de religiosos –como Hernando de Ta- lavera– que desde el siglo XV venían preparan- do este ambiente de comunicación directa con Dios. Sin embargo, hacia finales del siglo XVII los movi- mientos místicos parecían antipragmáticos para el nuevo orden “de masas” que buscaban los mo- narcas. De ahí que surgieron grupos religiosos no aceptados por la ortodoxia católica que fueron llamados “sectas místicas”. Una de estas “sectas” fue el quietismo o molinosismo, 12 movimien- 10 Maravall 147. 11 Maravall 204-205. 12 José Luis Abellán, en su obra antes citada, define como “molinosis- mo” a la doctrina de Miguel de Molinos mientras que “molinismo” to iniciado por el español Miguel de Molinos (1640-1696) quien estudiaría en el Colegio de San Pablo de los jesuitas y se ordenaría sacer- dote hasta alcanzar el doctorado en Teología. Este movimiento es importante porque, como se recordará, una de las advertencias de Fray Félix de Alamín dentro del título de su libro es que la obra “preserva contra los errores de Molinos”. El jesuita Molinos resultaba hereje en su época por- que postulaba en su Guía Espiritual (1675) que con la contemplación se lograba la unión con Dios gracias al método de la aniquilación, es de- cir, con la muerte mística, la oración de quietud, la suspensión de la palabra y del entendimiento. El Santo Oficio persiguió esta doctrina como herética e incluso Molinos se vio en la necesidad de redactar su Defensa a la contemplación (1679- 1680) que no fue publicada sino años después. Una de las tesis más atacadas de la obra de Moli- nos ha pasado a la historia de este modo: La oración tierna y amorosa es sólo para los principiantes, que aún no pueden salir de la devoción sensible. Al contrario, la sequedad es indicio de que la parte sensible se va extin- guiendo, y por lo tanto, buena señal [...] No llegará el alma a la paz interior si antes Dios no la purifica. Los ejercicios y mortificaciones no sirven para eso. El deber del alma consis- te en no hacer nada proprio motu, sino someterse a cuanto Dios quiera imponerle. El espíritu ha de ser como un papel en blanco, donde Dios escriba lo que quiera [...] “Las tenta- ciones –concluye Molinos– son una gran felicidad. El modo de rechazarlas es no hacer caso de ellas, porque la mayor de las tentaciones es no tenerlas” [...] En medio del recogimien- to asaltarán al alma todos sus enemigos; pero el alma saldrá ilesa y triunfante con ponerse en las manos de Dios, hacer un acto de fe, separarse de todo lo sensible y permanecer inactiva, retirada en la parte superior de sí misma, abismándose en la nada, como en su centro, y sin pensar en nada, y mucho menos en sí misma. Dios hará lo demás.[...] La nada es el cami- no más breve para llegar al soberano Bien, a la pureza del alma, a la contemplación perfecta y a la paz interior [...] En no considerar nada, en no desear nada, en no querer nada..., consiste la vida, el reposo y la alegría del alma, la unión amo- rosa y la transformación divina. 13 se refiere a la doctrina de Luis de Molina. 13 Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españo- les (México: Porrúa, 1995) 335 y 337.
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