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La transición barroco-ilustrada del demonio español desde la mirada capuchina / Anel Hernández Sotelo / 37 pues teniendo uno deseará muchos más. Tejida con esta característica transgresora de todo libro se encuentra la seducción por el objeto mismo, por tener el libro, oler sus páginas, ver quizá los grabados, recorrer con las manos cada página de él: el libro es la representación seductora del mundo pues “nuestra comprensión del mundo, es decir, nuestra ciencia, y nuestra comprensión de nosotros mismos, es decir, nuestra psicología, son producto de nuestras maneras de interpretar y crear textos escritos, de vivir en un mundo de papel”. 49 Así las cosas, el vicio sembrado por el demonio en las almas de los frailes avariciosos tiene, en mi opinión, dos vertientes: la primera supone un placer sensual que se experimenta con la apro- piación material del libro como fuente de saber, como compañero de diálogo, como concienti- zador del mundo y como miles de puertas que se abren a lo desconocido. La segunda vertien- te apuntaría sobre la posible herejía que cometa aquel que lee y se place con la interpretación pro- pia del texto según sus expectativas. El término mismo de herejía supone desde su etimología este planteamiento del peligro de la interpreta- ción particular (del griego, hairesis, que signifi- ca “elección propia”). De ahí que, por donde se mire, el libro, sin la rigurosa dirección del poder, es un instrumento satánico. Prueba de ello son las citas en las que Alamín desacredita a Miguel de Molinos quien escribió postulados sobre la meditación, la contemplación y la pasividad total como vía unitiva hacia Dios debido a una lectura de las Santas Escrituras y del misticismo barroco “inspirado por el demonio”. 50 IV. Conclusiones Este breve análisis sobre el demonio plasmado en la obra de Fray Félix de Alamín queda obvia- mente incompleto para efectos de este escrito. Retomé simplemente los ejemplos que me pare- cieron más significativos para demostrar de qué manera la obra que nos ocupa cuenta con tintes medievales, matices barrocos y algunas pince- ladas de nuevas ideas ilustradas que entraban a 49 Olson 39. 50 Desde el título Alamín advierte que su obra “preserva contra los errores de Molinos”. España a finales del siglo XVII y principios del XVIII. Sin embargo y a pesar del abordaje so- mero que se ha realizado aquí, podemos definir claramente algunas líneas generales que caracte- rizan el horizonte y la situación históricos de las Falacias del demonio . El periodo conocido como Barroco no fue un mero movimiento artístico y literario sino un movi- miento político y religioso de regeneración de las estructuras sociales clásicas de los periodos monárquicos frente a una Europa en crisis que poco a poco vivía diferentes tipos de decadencia en cuanto a lo político, económico, eclesiástico, social y cultural. Esta influencia barroca del si- glo XVI se ha prolongado incluso hasta nuestros días cuando la gran parte de los países del mundo se encuentra en un verdadero caos. Obviamente, estas ideas golpearían a los siglos XVII y XVIII que, políticamente, vieron un resquebrajamiento de los regímenes antiguos para consolidar nue- vos estamentos sociales en donde la burguesía tomaría los altos mandos de poder y los títulos nobiliarios desaparecerían con la victoria colosal del capitalismo. En este contexto histórico surge la obra del fraile capuchino Alamín cuando la transición entre las monarquías absolutistas y los gobiernos de los “déspotas ilustrados” es inmi- nente a pesar de que los esfuerzos tanto políti- cos como eclesiásticos intentaban evitarla, sobre todo en una España tradicionalista reacia a las novedades de fondo. En este sentido, la persuasión fue un tema impor- tante de la pretendida auto-conservación pues fue necesario tejer redes de control conductual en el imaginario de las personas mediante la es- trategia de lo que Marc Augé llama “placer pre- liminar” por medio de la creación artística y lite- raria, para que el individuo sea capaz de “dividir su yo en yoes parciales, por efecto de la observa- ción de sí mismo y en consecuencia personificar las corrientes conflictivas de su vida psíquica y encarnarlas en diferentes héroes [pues] mientras las fantasías de los demás nos dejan habitual- mente fríos, pueden procurar placer cuando se las presenta en forma literaria”. 51 Sin embargo, y a pesar de este cambio de menta- lidad en cuanto a las acciones concretas de Sa- 51 Marc Augé, La guerra de los sueños. Ejercicios de etno-ficción (Barcelona: Gedisa, 1998) 71.
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