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36 / Vol. 11 / Nº 23 / julio - diciembre de 2007 de autoridad, pues muchos no los miran, ni estudian en ellos, y otros rara vez los abren; luego son superfluos. Lo 3. porque si siente, y repugna el dar alguno, o prestarlo, es señal de que se le apropia como suyo, y que a esso esta pegado el afecto. Para vencer a esta tentación no ha de tener uno libro alguno superfluo, sino los precisos, y necesarios, queriendo en esto con- servar el estado pobre. El Padre Diego Lainez, General de la Compañía de Jesús fue varon tan ilustre, que asistiendo como Theologo en el Concilio de Trento, dixo: Que no alegaria en confirmación de su sentir Padre, ni Doctor alguno, que no le huviesse leido todo, desde el principio, hasta el fin de sus obras; y fueron casi 36 los Padres, que citó, y entre ellos el Abulense [...] De este varon, pues, de tan gran sabiduría, que admiró al Concilio, refiere Cornelio Alapide [...] no tenía en la celda mas de un libro, este leía desde el principio hasta el fin, y leído aquel llevaba otro. 44 El libro pues es uno de los objetos más codicia- dos por los frailes porque seduce provocando un apetito desmedido por su posesión aunque, como Alamín lo aclara, ni siquiera sean leídos. El meollo del asunto es pues esta seducción del libro. Para la época en la que nos encontramos, la escritura es el medio de comunicación por ex- celencia, incluso quienes no saben leer ni escribir buscan “escribanos” que por cierta cantidad leen o escriben cartas para tener contacto con su gen- te a pesar de la distancia. 45 La escritura entonces comunica y el libro se convierte en el baúl dorado que guarda y recopila los tesoros que de ella se derivan. Desde el siglo XVI se comienza a gestar la idea de “bibliotecas públicas” para el común que ya sabe leer y puede tener contacto con ciertos libros aceptados por el Santo Oficio; las “bibliotecas personales o particulares” también se ponen en boga y los libros adquieren algún espacio especí- fico de la habitación para su resguardo y su lec- tura. El libro durante el Barroco se “democratiza” con la imprenta 46 de tal manera que, a pesar los 44 Alamín “Falacias …” 45 Cabe mencionar que una de las prácticas cotidianas europeas de esta época que se extendió incluso hasta el siglo XIX fue el arte de leer para los otros, la lectura en voz alta, donde encontramos lectores auditivos de las obras clásicas de la época. Afirmo que es un arte porque el lector en voz alta debe tener la capacidad de mimetizar con su voz las situaciones y emociones plasmadas en la obra escrita para mantener la atención de su lector auditivo. 46 “Las actitudes cambiantes frente a los textos, es decir, los nuevos modos de lectura, permitieron un notable contraste entre lo que el texto significaba y lo que los lectores tradicionalmente habían pensado que significaba. La escritura creó un “texto” original, fijo altos costos de algunas ediciones, su adquisición ya no es sólo privilegio de unos cuantos al estilo medieval, lo que permite un contacto con el ob- jeto que incluso se convierte en una “forma de vida”, prueba de ello es que el rey y otros grandes personajes no guardan sus libros favoritos en las “bibliotecas reales” sino que los llevan consigo en sus viajes, a sus palacios, a sus casas de descanso, etc. 47 Esta expansión libresca que ahogó a los lectores eu- ropeos enmuchas pasiones prohibidas por la Igle- sia y por el poder político es la que quizá asusta a nuestro capuchino pues el libro esencialmente es un elemento transgresor: “el texto es “producido” por la imaginación y la interpretación del lector que, a partir de sus capacidades, expectativas y de las prácticas propias de la comunidad a la que él pertenece, construye un sentido particular” 48 en los espacios vacíos que el escritor irremediable- mente deja a lo largo del texto y que permiten al lector construir una nueva significación de lo escrito. En este sentido, “desear libros para aprender” abre la posibilidad de entrar al texto con interpreta- ciones propias susurradas por el demonio, capa- ces de cuestionar, debatir e interpelar lo leído. La Iglesia, ya bastante traumatizada por estas ino- centes interpretaciones y en medio de un apo- geo de la producción de libros, necesita reprobar aquel deseo de aprender y el remedio más eficaz de la época es convertir a Satanás en impulsor de estas falacias por medio del vicio de la avaricia. Además de la sed de conocimiento, el fraile expo- ne en el fragmento reproducido, el peligro que corre el religioso en el contacto con los libros y objetivo con un significado literal supuesto –un significado que se consideraba determinable mediante métodos sistemáticos y eruditos– respecto del cual las interpretaciones más imaginativas y desviadas podían ser reconocidas y excluidas. Sobre todo a par- tir de la invención de la imprenta, la capacidad de leer puso ese texto en manos de miles de personas que podían ver por sí mis- mas lo que en él se decía. Siguiendo un texto, los lectores podían ser “testigos virtuales” de la verdad de la interpretación ofrecida por el sacerdote o el maestro”. David R. Olson, El mundo sobre papel. El impacto de la escritura y la lectura en la estructura del conocimiento (Barcelona: Gedisa, 1999) 80. 47 Roger Chartier, “El príncipe, la biblioteca y la dedicatoria en los siglos XVI y XVII”, Historiografía francesa. Corrientes temáticas y metodológicas recientes (México: Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos-CIESAS-IIH-UNAM-Instituto Mora-UIA, 1997) 51-75. 48 Roger Chartier, El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural (Barcelona: Gedisa, 1999) VI.

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