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Takwá / Historiografías 58 El jesuita Molinos resultaba hereje en su época porque postulaba en su Guía Espiritual (1675) que con la contemplación se lograba la unión con Dios gracias al método de la aniquilación, es decir, con la muerte mística, la oración de quietud, la suspensión de la palabra y del entendimiento. El Santo Oficio persiguió esta doctrina como herética e incluso Molinos se vio en la necesidad de redactar su Defensa a la contemplación (1679-1680) que no fue publicada sino años después. Una de las tesis más atacadas de la obra de Molinos ha pasado a la historia de este modo: La oración tierna y amorosa es sólo para los principiantes, que aún no pueden salir de la devoción sensible. Al contrario, la sequedad es indi- cio de que la parte sensible se va extinguiendo, y por lo tanto, buena señal [...] No llegará el alma a la paz interior si antes Dios no la purifica. Los ejercicios y mortificaciones no sirven para eso. El deber del alma consiste en no hacer nada proprio motu , sino someterse a cuanto Dios quiera imponerle. El espíritu ha de ser como un papel en blanco, donde Dios escriba lo que quiera [...] “Las tentaciones –concluye Molinos– son una gran felicidad. El modo de rechazarlas es no hacer caso de ellas, porque la mayor de las tentaciones es no tenerlas” [...] En medio del recogimiento asaltarán al alma todos sus enemigos; pero el alma saldrá ilesa y triunfante con ponerse en las manos de Dios, hacer un acto de fe, separarse de todo lo sensible y permanecer inactiva, retira- da en la parte superior de sí misma, abismándose en la nada , como en su centro, y sin pensar en nada, y mucho menos en sí misma. Dios hará lo demás.[...] La nada es el camino más breve para llegar al soberano Bien, a la pureza del alma, a la contemplación perfecta y a la paz inte- rior[...] En no considerar nada, en no desear nada, en no querer nada..., consiste la vida, el reposo y la alegría del alma, la unión amorosa y la transformación divina. 13 Cabe señalar que la Guía Espiritual de Molinos fue aceptada al princi- pio por teólogos eminentes e incluso por el mismo teólogo del Papa y que el autor tenía una fama “irreprochable” en Roma. La censura de su obra no se debe a lo escrito en ella sino a unas cartas enviadas por el autor a diferentes colegas suyos. De esas cartas, según Abellán, fueron tomadas sus supuestas proposiciones heréticas por lo que es comprensible que su obra misma haya tenido la autorización canónica, retractándose después la Iglesia de los apoyos y admiraciones hacia el autor. 13 Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles , México, Porrúa, 1995, pp. 335 y 337.
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