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Takwá / Historiografías 72 Redefinir al demonio viene a ser entonces una táctica de “regresar al cauce” a la sociedad en crisis pues, según Jacques Le Goff en palabras de Augé, durante el siglo xvii se presentaron “epidemias de sueños” en los que “la presencia del diablo, y detrás de esta presencia, la de la protesta y de la herejía, siempre resultaron sospechosas, especialmente cuando los sueños parecían constituirse en un ‘contrasistema cultural’ y la pro- testa onírica parecía contribuir a la constitución de la herejía”. 52 De ahí la necesidad de un demonio interior, persuasivo, que habite en el conscien- te y en el inconsciente de la gente con la finalidad de que cada persona fuese capaz de autorregularse respetando los modelos conductuales con- servadores que se pretendían en la época. Era necesario homogeneizar al demonio interior pues los imaginarios individuales sobre él, producto de los debates religiosos generados desde el siglo xiv que provocaron contradicciones y versiones encontradas de los orígenes y las funciones del demonio, debían ser “colonizados” con “lo imaginario y la memoria colectivos [que] constituyen una totalidad simbólica por referencia a la cual se define un grupo en virtud de la cual ese grupo se reproduce en el universo imaginario generación tras generación”. 53 Esta nueva definición del “demonio de la transición” que Alamín retrata, como hemos visto, no pierde sus reminiscencias ancestrales y medievales, pues los procesos de larga duración como la construcción imaginaria de este gran personaje son “redes mitológicas” permanentes y poliformes. De ahí que, además de las distintas manifestaciones cultu- rales, debamos observar las variedades de un elemento de larga duración, como lo es la figura del demonio, dentro de ciertos lapsos temporales y, en este sentido, estudiar al diablo en un periodo específico (finales del xvii y principios del xviii ), en un espacio determinado (España) y enfo- cados a una ideología en particular (la del fraile capuchino Alamín). Esto sirve, pues, para definir lo que determinado sector de la sociedad enten- día como demonio y sus falacias o engaños, es decir su comportamiento, porque bien lo apunta Papini: “el Diablo todavía es muy poco conocido. Este ser infame, pero famoso, invisible y omnipresente, ora negado y ora adorado, ya temido y ya vilipendiado, que tuvo sus cantores y sus sacer- dotes, sus cortesanos y sus mártires, es más popular que comprendido, más representado que conocido”. 54 52 Ibid. , p. 88. 53 Ibid ., p. 76. 54 Giovanni Papini, El diablo , México, Alamah, 2002, p. 14. Artículo recibido el 6 de septiembre de 2006 / Artículo aceptado el 2 de marzo de 2007

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