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Anel Hernández Sotelo / Sobre el diablo de Fray Félix de Alamín... 69 libros aceptados por el Santo Oficio; las “bibliotecas personales o parti- culares” también se ponen en boga y los libros adquieren algún espacio específico de la habitación para su resguardo y su lectura. El libro durante el Barroco se “democratiza” con la imprenta 46 de tal manera que, a pesar los altos costos de algunas ediciones, su adquisición ya no es sólo privile- gio de unos cuantos al estilo medieval, lo que permite un contacto con el objeto que incluso se convierte en una “forma de vida”. Prueba de ello es que el rey y otros grandes personajes no guardan sus libros favoritos en las “bibliotecas reales”, sino que los llevan consigo en sus viajes, a sus palacios, a sus casas de descanso, etc. 47 Esta expansión libresca que ahogó a los lectores europeos en muchas pasiones prohibidas por la Iglesia y por el poder político es la que quizá asusta a nuestro capuchino, pues el libro esencialmente es un elemento transgresor: “el texto es “producido” por la imaginación y la interpre- tación del lector que, a partir de sus capacidades, expectativas y de las prácticas propias de la comunidad a la que él pertenece, construye un sentido particular” 48 en los espacios vacíos que el escritor irremediable- mente deja a lo largo del texto y que permiten al lector construir una nueva significación de lo escrito. En este sentido, “desear libros para aprender” abre la posibilidad de entrar al texto con interpretaciones propias susurradas por el demonio, capaces de cuestionar, debatir e interpelar lo leído. La Iglesia, ya bastante traumada por estas inocentes interpretaciones y en medio de un apogeo 46 “Las actitudes cambiantes frente a los textos, es decir, los nuevos modos de lectura, permitieron un notable contraste entre lo que el texto significaba y lo que los lectores tradicionalmente habían pensado que significaba. La escritura creó un “texto” original, fijo y objetivo con un significado literal supuesto –un significado que se consideraba de- terminable mediante métodos sistemáticos y eruditos–, respecto del cual las interpre- taciones más imaginativas y desviadas podían ser reconocidas y excluidas. Sobre todo a partir de la invención de la imprenta, la capacidad de leer puso ese texto en manos de miles de personas que podían ver por sí mismas lo que en él se decía. Siguiendo un tex- to, los lectores podían ser “testigos virtuales” de la verdad de la interpretación ofrecida por el sacerdote o el maestro”. David R. Olson, El mundo sobre papel, El impacto de la escritura y la lectura en la estructura del conocimiento , Barcelona, Gedisa, 1999, p. 80. 47 Roger Chartier, “El príncipe, la biblioteca y la dedicatoria en los siglos xvi y xvii ”, en Historiografía francesa. Corrientes temáticas y metodológicas recientes , México, Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos- ciesas - iih - unam -Instituto Mora- uia , 1997, pp. 51-75. 48 Roger Chartier, El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural , Barce- lona, Gedisa, 1999, p. vi .

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