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Clío, 2004, Nueva Época, vol. 4, núm. 32 113 Además de estos tres votos indispensables, la represión y el castigo de la lengua es otra de las características básicas de los franciscanos más apegados a las reglas pues este órgano generalmente es conducido por el demonio. La lengua has de refrenar como varon silencioso, que es notable en Religioso con frequencia conversar: en que esta lo regular, si vives desenfrenado y lo mas del tiempo has dado al coloquio sin cesar? cuenta, que en mucho hablar rara vez falta pecado. [folio 115v] La mortificación es definitivamente la clave para vencer los pensamientos, palabras y obras que atenten contra los principios del religioso menor. Esta búsqueda de la mortificación parte del imaginario religioso medieval que postulaba la vida mundana como la vida de pecado y la muerte corporal como la vida de santidad. La muerte corporal en vida sólo se logra con la mortificación del cuerpo que es esencialmente pecaminoso. Con este castigo al cuerpo se logra la concentración de fuerzas para que el “enemigo zañudo” [folio 122v], el que actúa con saña, el demonio que siempre está detrás del fraile menor, no gane la partida. Tus pasiones, y sentidos vivan; mas mortificados al ocio Santo entregados porque no sean pervertidos: de los deleytes fingidos huye siempre, y corre en pos del Sumo Bien muy veloz; al mundo muriendo inmundo: porque aquel, que mure [sic] al mundo, solo vive para Dios. [folio 117v] Es importante entender que este “perfecto religioso menor”, además de los votos arriba expuestos tenía como una de sus principales tareas el ejercicio de la oración. Esta oración se extendía durante todas las horas del día: se rezaban veinticuatro Padres Nuestros por Maitines; por Laudes cinco; por
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