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Letras Históricas / Entramados 56 caída, y no reparada, obligándose á desconocer la luz de la Sagrada Es- critura, para no creer, que se adelantó el conocimiento de las materias naturales, Physicas, y Mathematicas, por medio de la luz sobrenatural”. 78 Estos escépticos, sean rígidos o moderados, lo único que logran es atraer al vulgo y “tenerle de su parte” porque, considera Flandes, es más fácil dudar dejándose llevar por discursos imprudentes, que afirmar o negar. Así, “la nativa grossera capacidad comun de los hombres” ha llegado al grado de “gritar contra el honorable Gremio de los Medicos, sin poder la indiscrecion de los Vulgares contenerse”, 79 gracias a los escritos ingenio- sos de personajes como el benedictino Feijoo, a quien califica de escép- tico moderado. Tanto escépticos como empiristas no entienden, sigue el capuchino, que “la verdad real ha sido siempre, y será regla constante, é inmutable del juicio natural de las cosas”. 80 De ahí que, cuando estos modernos aseguran que los sentidos en general son falaces, no reparan en la verdad real de que “quien se engaña es el hombre phantastico, iluso de la imaginativa, que perturba la verdad, de que avisa el sentido cabal, á quien le sabe usar, y medir con el entendimiento”. 81 Sin embargo, sorprende el razonamiento circular, producto de las falacias lógicas que maneja el capuchino, en la conclusión que sobre el tema ofrece a sus lec- tores: los sentidos no son falaces, el engaño se produce en la fantasía del hombre que, apartándose del entendimiento, se mueve por sensaciones particulares (sabores, visiones, audiciones y olores) y pervierte el sentido propio del objeto material. Contrariamente a los argumentos de los escépticos inmoderados, Luis de Flandes defiende que el seguimiento de los principios pitagóricos ha- cía posible la medición de las cosas naturales, de su perfección y de sus equivalencias con la verdad divina, argumentando que si lo que querían estos escépticos eran pruebas demostrativas de la aplicación de la cien- cia pitagórica, sólo debían estudiar “la séptima regla del Sapientissimo Raymundo en su Arte inventivo de la Verdad, la que intitula de Equi- parancia, ó de Igualdad [con la que se demuestra que] en todo quanto tratamos realmente de Dios dentro de sí, donde no hai mayor, ni menor, mas, ó menos, siendo de Fé Divina, que en Dios todo es igual en su in- finita perfeccion”. 82 Y es que Llull, según su Arte Magna Combinatoria , pretendía encontrar y justificar todo el conocimiento a partir de nociones 78 Flandes, El antiguo , tomo II , p. 2. 79 Flandes, El antiguo , tomo II , pp. 5-6. 80 Flandes, El antiguo , tomo II , p. 9. 81 Flandes, El antiguo , tomo II , p. 11. 82 Flandes, El antiguo , tomo II , p. 19

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