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120 El motor del franciscanismo medieval fue principalmente la tradición oral. Francisco escribió poco —incluso se llega a dudar de que supiera escribir- y muchos de sus manuscritos se han perdido por lo que los conocemos sólo por referencias indirectas. Los documentos que más han desatado la polémica so- bre la esencia del movimiento que pretendió el santo de Asís son la primera Regla que presentó a Inocencio III (trozos del Evangelio a los que el Papa dio una autorización verbal según varios historiadores, entre ellos Jacques Le Goff), la Regula bullata de 1223 aprobada por Honorio III y sus testamentos. (Esser, 1998; Le Goff, 2003). Sobre la primera Regla, Jacques Le Goff ha apuntado que se encuentra per- dida, que fue escrita entre 1209 y 1210 y que “era corta y simple y que se com- ponía esencialmente de algunos pasajes del Evangelio”. Además, existe aún la duda sobre si Francisco pretendió con ella instituir una nueva orden religiosa o simplemente dar lineamientos para la conformación de “un pequeño grupo de laicos, independientes de la organización eclesiástica”. De la Regula bullata sa- bemos que Francisco no quedó satisfecho con ella —incluso se ha dicho que la aceptó con lágrimas- pues se suprimieron los pasajes evangélicos y líricos con- tenidos en una Regla que presentada a Capítulo en 1221. Además de la supre- sión de la lírica “en provecho de fórmulas jurídicas”, se suprimieron también ordenanzas como la prescripción de desobedecer a los superiores indignos, del cuidado a los leprosos, de la práctica de la pobreza rigurosa, del trabajo manual y, muy importante, se permitió a los frailes tener libros (Le Goff, 2003: 25 y 49). Así, las reformas perseguidas por los seguidores del santo, incluso desde antes de su muerte, tuvieron como eje primario la discusión sobre estos textos, sobre su posible complementariedad o sobre la oposición determinante entre la Regla bulada y las últimas notas de san Francisco dispuestas en su testamen- to -el caso de la reforma capuchina es particularmente sensible en este sentido. De este modo, es importante visualizar al movimiento franciscano —con to- das sus variantes- como una continua y nunca acabada construcción a partir de los vacíos existentes en los textos del santo y sus diferentes interpretaciones. Si “el texto es un potencial de efectos, que sólo es posible actualizar en el proceso de lectura” (Iser, 1976: 11) es comprensible que mientras algunos franciscanos veían en el testamento directrices de tipo espiritual carentes de un sentido ju- rídico estricto, otros entendían que dicho testamento representaba la vuelta del propio Francisco hacia los tiempos primigenios y, por tanto, leyeron el docu- mento como un esfuerzo del santo por invalidar de alguna manera las disposi- ciones pontificias que permitían —desde su óptica- la corrupción de la Orden. Los silencios de los textos del santo irrumpieron en gritos de legitimidad pues en el origen de toda reforma continúa siendo legítima la experiencia religiosa de Francisco que venía leída y releída en contextos diferentes y cambiando situacio- nes históricas, dando origen, de vez en cuando, a una autoconciencia diversa, que abría el camino a una diversa obligación y a una presencia renovada del francis- canismo en la vida de la Iglesia y de la sociedad (Accrocca, 1997; citado en Felipe, 2002: primera parte, 16). Ahora bien, las ideas de Francisco se extendieron rápidamente por gran par- te de Europa. Al contrario de los postulados iniciales del franciscanismo, se co- menzaron a edificar conventos y se abandonó, poco a poco, la idea de igualdad entre los miembros, designando a ministros generales y demás jerarcas para controlar la ansiedad de las personas por dedicarse a la vida franciscana. De

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