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128 ron a la observancia para morir ahí. Estos datos han sido analizados por Felipe Alonso y, según sus conclusiones, el trabajo de Zacarías Boverio, primer cro- nista oficial de la Orden, fue en realidad una búsqueda historiográfica por le- gitimar a algún personaje como el fundador de los capuchinos. Ni Bascio ni Fossombrone gozaron de una ejemplaridad definida. Por lo tanto, “el auténti- co sentido fundacional no está en una determinada figura, sino en retomar, ac- tualizar y personalizar la forma de vida planteada por el mismo Francisco de Asís, y eso es lo que progresivamente irá configurando la identidad capuchi- na.” (2002: Primera parte, 79). De ahí que se busque un origen divino porque, a pesar de las erratas cometidas por los mismos frailes y a contracorriente de todos los poderes humanos —políticos y religiosos-, la Orden siguió en pie. Fi- nalmente, para personificar al fundador de esta reforma, sólo cabía colocar a san Francisco. En este sentido, debemos decir que la búsqueda de san Francis- co como fundador directo de la Orden da pie a que Boverio ocupe numerosas páginas en explicitar la forma de hábito con capucho que utilizan los nuevos reformados, argumentando que es una muestra más de que los capuchinos son hijos legítimos del santo. 10 A pesar de estos problemas internos, hacia 1536 la Orden ya contaba con centenas de miembros -las cifras oscilan entre 500 y 700 religiosos para 1536- y el paso siguiente que persiguieron los capuchinos fue traspasar los Alpes para lograr una expansión europea. Sin embargo, los observantes españoles antes mencionados, Francisco de los Ángeles Quiñones y Vicente Lunel, influyeron para que el emperador Carlos V escribiera a Pablo III que “teniendo entendido que en la provincia de Italia se ha comenzado a instituir recientemente cierta secta llamada de los capuchinos nos ha parecido bien escribir a Vuestra Santi- dad y suplicarla especialmente que no se consienta en manera alguna que se introduzca en España” (Rubí, 1945: 5). 11 La influencia enorme de Carlos V en el mundo católico del siglo xvi llevó a Pablo III a publicar el 3 de enero de 1537 la bula Si quidem con la que prohi- bía a los capuchinos extender su reforma más allá de los Alpes (Rubí, 1945: 5). No hay consenso en la fecha de la bula pues Carrocera afirma que se promul- gó el 5 de enero con el título de Dudum siquidem (1949: 4) pero sabemos que la bula fue renovada por Julio III en 1551 y un golpe más a la orden se dio bajo el pontificado de Pablo IV (1555-1559), cuando se pretendió “unir a conventuales y capuchinos, plan que no tuvo efecto gracias a la actitud del general [capuchi- no] Eusebio de Ancona” (Iriarte, 1979: 244). Dadas las circunstancias, en 1552 se acordó hacer una nueva redacción de las Constituciones capuchinas. Iriarte considera que se trataba solamente de diseñar una mejor presentación “literaria” a las Constituciones del 36, ya que para algunos, el estilo en que estaban escritas era “excesivamente vulgar e in- correcto”. Y dice nuestro historiador: “el estilo cambió, pero para peor” puesto que las modificaciones en el contenido se reducían a los requisitos de admisión 10. También es interesante la aportación de Castro Brunetto sobre la representación de san Francisco con el hábito de la capucha. Según su estudio, en España existieron pinturas anteriores a las Crónicas capuchinas donde se representa a san Francisco con ese tipo de hábito data teniendo como autores principales a Luis Tristán, Blas Muñoz y Alejandro de Loarte por lo que concluye que “la publicación de esta obra en España [las Chronicas de Boverio] culminó, en cierto modo, el proceso de implantación de los capuchinos en nuestro país, y cara al arte significó la consolidación de una nueva iconografía franciscana, introducida años antes gracias a algunos grabados italianos y flamencos, principalmente” (1993: 385) 11. La carta fue escrita desde Nápoles, fechada en 4 de diciembre de 1535. Al parecer existe otra carta, dirigida ésta al cardenal Lorenzo Campeggi donde Carlos V pide lo mismo, escrita también en Nápoles el 17 de enero de 1536 (González, 1983: 16).

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