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126 observante que promovió las Casas de Recolección, fomentó las misiones y envió a México la expedición de los doce Apóstoles. Según Lázaro Iriarte, este carde- nal “no participaba de los puntos de vista de Pisotti, proponiendo una transac- ción, dirigida además a favorecer la reforma dentro de la observancia: libertad a los capuchinos para seguir su género de vida, pero bajo la obediencia directa del general” (1979: 328) pues su lucha en la Santa Sede siempre estuvo a favor de la mayor observancia de la Regla. Sin embargo, en otro lugar se mira a este personaje como un asiduo enemigo de los capuchinos: “La naciente reforma [de los capuchinos] había encontrado sus más feroces opositores en el general de los Observantes, el español Vicente Lunel, y en su inmediato antecesor en el cargo, el cardenal Francisco de los Ángeles Quiñones. Para lograr sus designios, ambos se valieron del emperador Carlos V.” (González, 1983: 15-16). En realidad, la postura del cardenal Quiñones como ministro general de los Observantes, se encaminaba al apoyo de los frailes de la estrecha obser- vancia o reformados instituyendo para ellos Casas de Recolección —de ahí el nombre de franciscanos recoletos- implantadas en España por reglas fijas des- de 1525. Así se explican sus opiniones en detrimento de la reforma capuchina (Añorbe, 1951: 15-18; Azcona, 1998 y Borges, 1958). Clemente VII, presionado por personajes de la talla de Vittoria Colonna (1490- 1547), marquesa de Pescara e intelectual del renacimiento italiano que apoyaban la causa capuchina, resolvió que en adelante los miembros de esta orden no po- drían recibir frailes observantes pero que “el ministro general se abstendrá de molestarlos bajo ningún pretexto” (Iriarte, 1979: 238). El provincial Juan de Fano defendió a la facción observante argumentando que, aunque los reformadores apelaban al testamento de san Francisco, éste no tenía una mejor manera de se- guirse que dentro de la observancia franciscana, apelando a la Regla. Para paliar estas nuevas controversias, en 1532 Clemente vii proclamó una bula “garantizando a los celantes la libertad para guardar la regla a la letra” pero nuevamente Pisotti se interpuso y, a decir de Iriarte, estas reacciones del general de los observantes hicieron que los frailes custodiados por él quedaran “desengañados” y determinó pasar a las filas capuchinas. Entre estos se encon- traban Bernardino de Asti, 7 Francisco de Jesi, 8 Bernardino Ochino 9 y el mismo Juan de Fano. Por fin, en 1536, fueron promulgadas las Constituciones definitivas de la Orden, escritas por Bernardino de Asti y discutidas un año antes en Capítu- lo. Algunas de las prescripciones que se tomaron para reformar las Constitu- ciones de Albacina y crear éstas nuevas, fueron extraídas del género de vida de los descalzos o alcantarinos españoles. Como hemos dicho antes, éstos eran llamados capuchinos en España debido a la forma del capucho largo y puntia- gudo, aún antes de que se llevara a cabo la reforma de Bascio. Es por ello que algunos historiadores ven en la descalcez franciscana fundada en Extremadura el origen de la Orden capuchina (Martínez, 2004: 121). Sobre el asunto, la his- toriografía capuchina no ha querido ver una controversia (aunque de hecho la hay, pero sería objeto de otro estudio) por lo que el padre Carrocera escribe que 7. Vicario general de los capuchinos de 1535 a 1538 y de 1546 a 1552. 8. Comisario general de la Orden de 1542 a 1543 y Vicario General de los Capuchinos de 1543 a 1546. 9. Vicario general de la Orden de 1538 a 1542. El caso de este personaje merece un estudio aparte. Baste señalar que después de su fama como un predicador de primera talla, se interesó por las doctrinas de Lutero y Melanchthon y fue perseguido por la Inquisición.

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