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Enciclopedia del Trabajo Historiográfico Iberoamericano Tomo I Editorial Sagitario 361 La mentira ―es una falsa significación de la voz distinta de lo que el entendimiento siente, con intencion de engañar‖ y se divide en jocosa, oficiosa y perniciosa. La primera gira en torno a la recreación, se miente por diversión; la segunda es la que se dice por utilidad propia o ajena, mientras que la tercera se dice para hacer daño a otra persona. 1240 El mentiroso pierde el crédito porque, tarde o temprano, la luz de la verdad desenmascara la mentira, y éste queda peor que un ladrón ―porque el mentiroso hurta la verdad [...] la honra, que vale más que la hazienda.‖ 1241 Pero el peor daño que hace la mentira al hombre es que, al igual que el soberbio, el mentiroso se haze hijo del demonio [pues] San Ambrosio dixo, [...] Huid de la mentira, porque todos los que la aman son hijos del demonio, que no solo es mentiroso, sino padre de la mentira. La naturaleza ha puesto conformidad entre los hijos, que sean parecidos a los padres, y también heredad su costumbres, y condiciones. Si quando te bautizaron quedaste admitido por hijo de Dios, como eres tan loco, que degeneras de una filiacion tan noblissima, por la vilissima del demonio 1242 El ―padre de la mentira‖ persuade a los que serán sus hijos cuando les engaña haciéndoles pensar que la mentira que dirán no hará daño a nadie, en especial las mentiras jocosas y que incluso es lícito mentir cuando se hace por caridad al prójimo o ―por quitar ruidos‖ aunque, aclara el capuchino, desde los escritos agustinianos quedó asentado para el dogma católico que ninguna mentira, incluso la piadosa, aunque el hecho de mentir pudiera salvar la vida de otra persona. 1243 Sobre el tema cuenta Alamín una historia referida por un tal Drexelio muy alusiva a los daños que produce incluso la mentira jocosa inducida por ―un engaño de Satanás‖: Un hombre mundano caminaba en compañía de un Religioso, y de repente le dixo: Mira como buela [sic] un jumento. El seglar miró azia adonde dezia, y el Religioso se riyó de averle engañado, y le dixo: Como eres tan sencillo, que creiste, que un animal tan pesado, podia bolar? El mundano viendo que un hombre sagrado fuesse tan vano, y que trataba cosas de risa, debiendo ocuparse en llorar, respondió: [...] No te admires de que te aya dado credito, porque juzgué, que era cosa mas facil volar un jumento, que mentir un religioso. Esto dixo el seglar, y refiriendo el sucesso el Autor, dize: [...] que este que echó esta mentira burlesca, en el habito era un hombre sagrado, pero en la lengua profano, y muy libre. 1244 He ahí el miedo a los mentirosos, que se vuelven libres pues ― La prohibición de mentir existe entonces porque es necesario poner un freno a la peligrosa persuasión de la insinceridad. Indeseable e inerradicable, la mentira es, de manera paradójica, un signo de la autonomía del individuo y un aprendizaje de los límites que éste debe imponer al uso de esa independencia [...] es simplemente una serie de formas de autocontención.‖ 1245 En cuanto a la murmuración, Alamín la caracteriza como vicio muy común que hace asemeja al hombre con ―los animales brutos, y en particular con los perros bravos, y que muerden a todos, y aun peores [porque] estos tienen lengua medicinal y piadosa, como los del pobre Lazaro que con su lengua medicinal, y misericordiosa le lamian, y curaban las llagas; pero los murmuradores tienen lengua pestífera y venenosa, como perros rabiosos [...] Son peores tambien, porque lo perros no muerden a sus conocidos, ni a sus dueños; pero los murmuradores a todos muerden, y quieren despedazar.‖ 1246 Así, el murmurador, aquel que susurra de los demás tratando de destruir su honor o creando falsos testimonios a su alrededor sin que aquel se dé cuenta, se convierte en otro demonio, ―en ministro de Satanás‖ 1247 ahora en su forma de serpiente, la misma serpiente por la que Adán y Eva fueron arrojados del Paraíso [Génesis 3, 1-19] pues ―es semejante a la serpiente [y] en cada palabra echa veneno pestifero, pues todas las murmuraciones son venenosas.‖ 1248 Como ejemplo de los castigos de Dios a los murmuradores, el capuchino refiere de un religioso que de tanto murmurar comenzó a ―estar furioso‖ y se mordía con sus propios dientes la lengua hasta despedazársela mientras que otro religioso que, después de muerto se apareció a sus hermanos, ―sacó la lengua toda llena de 1240 Ídem. 1241 Ibíd. , p. 430 1242 Ibíd. , p. 431 1243 Ibíd ., pp. 431-432 1244 Ibíd ., pp. 432 1245 S. Pérez Cortés, Op. Cit., p. 14 1246 F. de Alamín, Op. Cit., p. 435 1247 Ídem. 1248 Ibíd., p. 433-434

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