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Enciclopedia del Trabajo Historiográfico Iberoamericano Tomo I Editorial Sagitario 349 Muy pintorescamente nos esboza el fraile al iracundo y pareciera que está describiendo una imagen del Satán incómodo, indignado, afrentoso, hostigoso, clamoroso y vengativo. Quizá el autor dio cuenta de esa similitud y por ello escribe que ―el iracundo anda casi siempre en compañía de la ira, que es locura‖ 1147 y que en lo exterior parece demonio encarnado, como se muestra un endemoniado furioso. Qué feo, y abominable es visto un endemoniado! Un hombre poseido del demonio se muestra furioso, todo ayrado, y alterado; los ojos centellean, la lengua tartamudea, sus vozes son horribles, y espantosas, llenas de amenazas, y causan horror con sus gritos, y vozes; los cabellos se le erizan, las narizes se hinchan, se pone tan feo, y abominable, que pone horror a quien le mira. A este es semejante el iracundo, dize Alapide: El iranundo es un demonio voluntario, es una deseada locura, y falta de entendimiento. 1148 ¿Qué tienen en común la ira, la locura y el demonio? En varias ocasiones el fraile capuchino hace referencia a la necesidad de mantener equilibrados los ―humores‖ para tener la capacidad de controlar las pasiones y como apunté al principio de este apartado, la medicina renacentista experimentó un apasionamiento por el conocimiento de las emociones humanas basado en la teoría de los cuatro humores. Esta teoría fue desarrollada por Hipócrates y por Galeno desde la Antigüedad y enriquecida por los conocimientos árabes y sus traducciones en latín durante los siglos XI y XII hasta extenderse durante la Edad Media hasta buena parte del siglo XIX por toda Europa e incluso en América. 1149 Básicamente la teoría fundamenta que el cuerpo humano está constituido por los cuatro humores: el negro, el sanguíneo, el bilioso y el flemático. El ser humano en estado sano tendría pues un equilibrio entre estos cuatro elementos, pero mediante un proceso de combustión alguno de estos humores podía quemarse y producir un exceso de humor negro lo que daría como consecuencia la enfermedad de la melancolía. Esta enfermedad tenía diferentes manifestaciones según el humor adusto que produjera mayor cantidad de humor negro y se establecieron las causas y las manifestaciones de dichos desequilibrios: HUMOR ADUSTO MANIFESTACIONES Combustión del humor negro Tristeza Combustión del humor sanguíneo Sentimientos de terror Combustión del humor bilioso Manías, hiperactividad. Combustión del humor flemático Furia, ira descontrolada En general, las manifestaciones de la melancolía se relacionaron con la locura y sus causas se asociaban con los cambios climáticos, alimenticios, con el sufrimiento propio de los místicos, por el destierro de la patria amada, por la pérdida de la pareja, etc. Pero, además, ―la melancolía solía asociarse con la capacidad de adivinar el futuro, lo que convertía a los enfermos mentales en sospechosos de posesión satánica‖. 1150 Así, no es sospechosa la relación que hace el fraile capuchino entre la ira como una consecuencia de la combustión del humor flemático que no convertía al iracundo en un enfermo a quienes los médicos del Siglo de Oro debían atender sino que el iracundo manifestaba características satánicas y, por ende, podría asegurarse que el demonio habitaba dentro de él. En cuanto a la maldición, que es otro grado de la ira, el autor español la define como ―un deseo de que venga algun daño, a otros, y le expressan con palabras‖, 1151 es decir, es la invocación verbal de algún mal sobre otro y citando a Santo Tomás, Alamín termina diciendo que ―es el desorden de la lengua, que prorrumpe con impaciencia palabras injuriosas contra Dios, o contra sus Santos.‖ 1152 En este sentido, el demonio utiliza el órgano de la lengua para que la persona envuelta en la pasión desordenada de la ira, declare sentencias como ―no te viniera un tarbadillo, no te cayeras muerto, no te llevaran los diablos, me lleve el diablo.‖ 1153 Después de estas frases, el diablo suele poseer el cuerpo de aquel que lo invocó o de aquel en quien recae la invocación como en los siguientes casos: 1147 Ibíd., p. 337 1148 Ibíd., p. 338 1149 R. Bartra, Op. Cit. 1150 Ibíd., p. 49 1151 F. de Alamín, Op. Cit ., p. 335 1152 Ibíd., p. 336 1153 Ibíd., p. 335

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