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Enciclopedia del Trabajo Historiográfico Iberoamericano Tomo I Editorial Sagitario 311 Una de las formas ―menos agresivas‖ de la conservación es la persuasión por medio de cosas bellas. En este sentido, siendo los reyes de la decadencia y su corte de nobles personas gustosas del mecenazgo, el barroco como expresión artística se convierte un movimiento pragmático que ―por debajo de sus desmesuras y exageraciones, a veces alucinantes‖ llevó implícita la catarsis de una sociedad muy regulada y con estamentos sociales inamovibles pues ―el Barroco representa una disciplina y una organización mayores que la de otros periodos anteriores‖. 964 Así, el Barroco no es la cultura de las excentricidades como símbolo de liberación ideológica y humanística que ensalza las pasiones humanas sino que es la manera en que los gobiernos absolutistas en plena decadencia racionalizan la forma en que se puede controlar al individuo en sociedad canalizando sus ―ímpetus‖ de manera tal que no afecten las jerarquías y los poderes establecidos. La tendencia del Barroco es pues ―llegar a una manipulación, técnicamente lograda, de los comportamientos de los hombres‖. 965 Sabemos que la manipulación no es nada nuevo en la historia de la humanidad, sin embargo, mientras en la Antigüedad y la Edad Media la manipulación se daba por medio de las muestras de fe, de verdad, de virtuosidad, es decir, que ―la verdad es de suyo accesible al hombre‖ mediante su actitud de aceptación al dogma, en la cultura barroca, como herencia del ―supuesto‖ dinamismo renacentista, la manipulación no puede ser tan pasiva e individual dentro de un clima de dudas, críticas y oposiciones al sistema establecido tanto religioso, social y político. 966 Es así como el Barroco se convierte en una arma política mucho más parecida a la que conocemos actualmente: hay que mover ―en masa‖ las emociones de los hombres para lograr, mediante estímulos psicológicos, que presenten los comportamientos necesarios para mantener las jerarquías políticas y los intereses de éstas. Así, Maravall escribe que incluso las formas de divertirse en la época están empujadas por estos resortes psicológicos pues el absolutismo monárquico llega a permear en ―todo el cuerpo social‖: La cultura del XVII –y de esto los ―ilustrados‖ del XVIII no se apartaron mucho- pretendió, además y principalmente, adueñarse de la dirección de los momentos de esparcimiento y de todos aquellos momentos en que un público o un conjunto de individuos podía ponerse en contacto con una obra, o mejor, una creación humana, y sentir, por la experiencia de ésta, una apelación a la libertad. El arte y la literatura del Barroco, que con frecuencia se declaran tan entusiastas de la libertad del artista y del escritor o de la libertad en sus gustos del público al que la obra se destina, se hallan, sin embargo, bajo la influencia o incluso bajo el mandato de los gobernantes, que otorgan subvenciones, dirigen hacia un cierto gusto la demanda o prohíben, llegado el caso, ciertas obras. Están sometidos, no menos, al control de las autoridades eclesiásticas, en cuanto a la ortodoxia o simplemente en cuanto a las conveniencias apologéticas, intervención que acusa después de la renovación de la disciplina impuesta por el Concilio de Trento. 967 Derivado de esta dimensión psicológica que abiertamente manejan las autoridades del Barroco y que se utilizará incluso con la entrada triunfante de la Ilustración en España durante la segunda mitad del siglo XVIII se genera el pensamiento de que lo importante no es mandar sino persuadir, es decir, mover al individuo inserto en la masa desde adentro, desde sus propios móviles, desde su propia convicción pues las obras producidas en la época están pensadas para conmover, para impresionar, para odiar, para desear, para seducir, todo ello gracias al conocimiento de la ―fragilidad humana‖ ante las pasiones, ante la excitación que toma el lugar de los pensamientos. De ahí que esta persuasión psicológica lleva al individuo manipulado a pensar que sus acciones son libres y por voluntad propia. En este sentido, la cultura de los siglos XVI, XVII y XVIII no es la cultura de las elites sino la cultura preparada por éstas para el vulgo incluso tomando tradiciones del folklore de las masas ciudadanas para sus temas artísticos y discursivos. Este folklore será adoptado por las clases medias quienes, siendo los letrados y practicantes más asiduos de la cultura, reproducirán la cultura para el vulgo dentro de una perspectiva intelectual. Dominar a la bestia que es el vulgo viene del gran peligro que representa, por eso, ―el vulgo, en el XVII, está siempre presente, se hable de literatura, se trate de representaciones teatrales, se comente de la guerra, de dificultades económicas, de política [...] En todas partes hay un factor de ―vulgo‖ en la sociedad barroca.‖ 968 964 Ibíd ., pp. 140-141 965 Ibíd., p. 147 966 Ibíd ., pp. 150-153 967 Ibíd ., p. 163 968 Ibíd ., pp. 204-205
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