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g8 poquísimo o ningún sentimiento de Dios, ¡qué espanto! Además tendrás que dar cuenta de tantos años que habrás vivido en la Religión, y mientras veré que en ella tantos otros fueron grandes santos, habiendo vivido en ella menos que yo, al verme a mí mismo tan lejos de la santidad, ¿qué responderé al Juez eterno? (1). Duélete con vivo arrepentimiento de todas tus in– gratitudes contra un Dios tan benéfico y amoroso: Válete ahora de su misericordia, por no exponerte entonces a los rigores de la justicia. Una ojeada a Je– sucristo crucificado: aquellos brazos extendidos, aque- · llas llagas abiertas infunden generosa confianza, de– muestran que El es padre, y con una lágrima de compunción puede aplacarse. Esto ahora es así; pero en el juicio no. (r) La consideración del JU1c10 particular tal como aquí se hace, podría, contra toda la intención del Autor, dar ocasión a hacer temible lo que es en extremo deseable, la vida religiosa y los actos de piedad que en ella se practican. Dichosa el alma que podrá dar cuenta a Dios de trescientas sesenta y más comuniones anuales y más de setecientas horas de oración, etc., aunque sean muchas las imperfeccio– nes y faltas que al practicarlas haya cometido. Esto no es motivo de es¡panto, ni de confusión, 1t1i de temor, sino de c0111fianza vivísima y profundo agradecimiento. El intento del Autor es visible; quiere apartar por medio de un temor saludable el alma, tibia de sus tibiezas y negligencias en el divi1t10 servicio. Aceptemos generosamente el fin suyo, sal– gamos de la tibieza que nos aniquila; pero no nos engolfe– mos en consideraciones que podrían llevarnos por caminos opuestos, como son la desconfianza y el desaliento, a la misma tibieza que se pretende desterrar de nuestro corazón.

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