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95 Yo amo tanto mi salud, que asombra. Parece que yo no haya venido a la Religión a otra cosa, sino la de procurar no morir; y es todo lo contrario, sé que vine para aparejarme a la muerte, y a morir por Jesucristo. · Esto debo tener por cierto, que mientras viva con temores de perder ta salud, el aprovechamiento será nulo. El recuerdo de la muerte me ha sido hJ3sta aquí muy molesto, y siempre me he dicho: no quisiera tener que morir ahora; pero al presente este pensamiento me consuela: y si hubiese de morir en el tiempo de estos días de ejercicios, me parece que no me daría mucha pena comparecer ante Dios. No sé con.todo lo que diga; si estuviese en mi arbitrio el morir cuando yo quiero, lo renunciaría, abandonándome en la misericordia de Dios, persuadido de que El me mandará 1.a muerte en aquel momento, que será mejor para mi. No es necesario sutilizar tanto en moral para el go– bierno de mi conciencia; porque todas las dudas tienen fácil solución con este solo pensamiento: Si ahora yo estuviese en el punto de la muerte, ¿qué haría? ¿Qué querría haber hecho? (1 ). Asícomo el mundo ha estado sin mí tantos siglos, de la misma suerte estará también sin mí después que yo muera. No soy necesario en este mundo para cosa alguna: y si en él fuese algo útil, sería por la (1) Esto ha de entenderse cum graiio salís y no tal como suena. Lo que e\ Autor quiere significar es que el recuerdo de la muerte sirve a maravilla para purificar la intención; y que una intención pura es más de la mitad de la perfección cristiana ; en lo cual claro es, que tiene razón y mucha.

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