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94 Veo y conozco, Dios mío, por una experiencia con– tinua, que me voy relajando. ¿De dónde, pues, viene, que ya no soy el mismo que era en .el Noviciado? ¿Ni lo mismo que cuando recién profeso? ¿Creo, por ven– tura, haber hecho bastante, y que he llegado a la perfección? Sé muy bien que ahora he recibido mu– chas gracias, las cuales no tenía en el Noviciado. Sé también que ahora estoy más vecino a la muerte: luego debería yo acrecentar mi reconocimiento con más fer– vor, La primera ocasión me hace olvidar todas las buenas resoluciones. Y es que no preveo, no hago reflexión, y vivo muy distraído y descuidado. No espere morir con dulzura, sino aquel que está despegado del mundo y todo es de Dios sin reserva. Quiero, en efecto, desapropiarme de cuanto puedo, y me parece que esto será uno de los mejores aparejos para la muerte. No deseo de Vos, o Dios tnío, una larga vida; pero haced que la poca restante sea buena. gana y atesora ; porque las buenas obras tienen cierto carác– ter de inmortalidad; mientras que e1 ser de Iá·s imperfeccio– n1es y aun de los pecados por graves que sean es efímero y sin consistencia. Los pecados se borran por completo del alma mediante la confesión y• el arr.epentimiento. Las buenas obras son de duración eterna como el mismo Dios; y así ni aun el pecado mortal puede borrarlas y destruirlas. Las suspende, las deja sin efecto mientras él dura ell1 el alma. Esta es la causa porque el justo en este mundo, aunque sean muchas sus imperfecciones, va acrecentando de día en día el copioso caudal de merecimientos ; mientras que el de las deudas se cancela de mil maneras por medio del valor satisfactorio que tienen las buenas obras como también por la generosidad de la Iglesia con las indul,gencias.
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