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88 tantas luces, y secretos movimientos; para que en nosotros más crezca y vaya en aumento el divino amor. Desprecia igualmente a Jesucristo, que es ejemplar propuesto por el Padre Eterno, para que nosotros le imitemos, y a fin de que mejor podamos imitarle nos franquea su ayuda y sus medios que son abundantí– simos. Desprecia al Seráfico Padre san Francisco, quien honrándose con la santidad de sus hijos, desea que siempre vayan avanzando de bueno a mejor. Desprecia finalmente la Religión, la cual proveyéndonos de todo cuanto es necesario a la vida, en la comida, en el ves– tido, en la salud, y en la .enfermedad, sólo a fin de que no pensemos en otra cosa que en santificarnos, queda engañada, y desacreditada delante los seglares, los cuales no pueden persuadirse que sea santa aquella Religión en la cual no se ven santos. Hagamos, por tanto, reflexión sobre la gravedad del peligro, al cual nuestra negligencia nos expone. La obligación de caminar a la perfección, es bajo pena de pecado mortal, y no quiero decir, que mortalmente se peque cada vez que se falta actualmente a esta obliga– ción; sin embargo, con la doctrina de los Santos cons– tantemente defiendo, que se pone el alma religiosa en un estado de pecado mortal, cuando habitualmente falta en esta materia y vive en un habitual olvido de su aprovechamiento espiritual. En la vida de perfección no se puede dar permanencia: el no ir adelante, es volver atrás: el volver atrás, no es jamás sin malicia, ni sin culpa. Por esto los Religiosos timoratos se acu– san ordinariamente en la Confesión, aunque no sea más· que ad cautelam, de haber sido negligentes en la

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