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84 ticar todo lo que éntonces .desearás haber hecho. En aquel trance no se gozará el alma de haber mantenido sus puntillos, ni en haber salido con la suya contra sus émulos, ni de haber saciado la ambición, la gula, o la pereza; sino solamente en haber servido a Dios con simplicidad de espíritu, y pureza de corazón, con una puntual observancia. Por tanto, resuélvete de veras, invocando la divina ayuda con arrepentimiento de la vida pasada. ME,DITACION III Sobre la necesidad de prepararse para la muerte. PUNTO I Morir es tener que salir el alma de este mundo, y caminar a la casa de la eternidad. ¿Qué eternidad? Pero ¿quién puede saberlo? Las eternidades son dos: una del Paraíso; y otra del Infierno. Una de estas dos nos debe tocar inevitablemente; y sólo sabemos~ que si nos cabe una buena muerte, seremos eternamente bienaventurados; y si una muerte mala, eternamente réprobos. El morir como buen Religioso ha de impor– tarnos sobre todas las demás cosas; y no habiendo otro medio para consolarse con esperanza de morir bien que el cuidado asiduo de prepararse para una buena muerte ¿cómo se explica que no se piense en ello? " Habiéndome yo hecho Religioso para esto, el apare-
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