BCCCAP00000000000000000000946

8I Estas cosas son actualmente lo mismo que serán en la hora de la muerte: y si en aquel punto las tendremos como vanidades, no es por otro motivo sino porque ahora lo son también. Tratémoslas, pues, como se mere• cen; avergoncémonos de habernos inclinado y apegado a ellas, y gloriémonos de tener un corazón superior a estas necedades. Así como hablaríamos a los seculares exhortándoles a despreciar la vanidad del siglo, hablé– monos y prediquémonos a nosotros mismos, persua– diéndonos al desprecio de estas vanidades, las cuales constituyen un mundo más pernicioso que el mundo que ya dejamos. pendiado en aquella profonda sentencia de san Francisco ele Sales : "No puede ser sino vanidad lo que 110 sfrve para la eternidad". Para distinguir en nosotros mismos, y aun para juzgar con acierto en los demás los movimientos vani– dosos, no hay más que recordar aquellas palabras ele Cristo: El faro de tit CUierpo es el ojo de tu intenci61i; si tit ojo fuese simple, todo tu cuerpo será lúcido; si fuese malo, todo tu ci1erPo será tenebroso. Ninguna cosa buena de suyo o indiferente puede ser vanidad •si se hace con un fin honesto y por Dios; ¡o es, sin duda alguna todo, absolutamente todo lo que hacemos puesta la mira en los hombres o en ínosotros mismos, como fin prinéÍpal de nuestros actos. Partiendo de esos principios fijos e invariables, de ,ese luminoso criterio único verdadero en materia de vanidad, muchísimas cosas pueden ser pura vanidad en unos, y actos bietn meritorios eh otros, según la intención por la cual se mueve el espíritu del Religioso. 6

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz