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66 les co.stó al uno y al otro. Mejor dirás que la tienes, y no la conoces. ¿Deseas .conocerla? Entra en tu con– ciencia y considera cuáles son tus faltas más familiares y más frecuentes, cuáles son los pecados a que tienes más. inclinación, y en que más buscas excusarte. cuáles los defectos que te cuesta más el corregir: y aquella pasión de la cual estos pecados provienen, ésa es la que te domina, y la que estás obligado a vencer, bajo pena de ser excluido de la escuela y seguimiento de Cristo. Puede ser, que esta tu pasión no sea sino una incli– nación a la ociosidad, a la curiosidad o a la vanidad: una ambiciosa inclinación del amor propio a buscar tus comodidades, o a censurar los defectos de los otros. Y tú dirás: ¿qué mal de esto? Bien lo verás si no pones remedio, porque repitiendo los actos, se forma el mal hábito; el mal hábito enflaquece el libre albedrío, y en– flaquecido éste no tiene fuerza para resistir a la ten– tación, y no resistiendo peca y peca por una especie de necesidad de su estado moral, y naciendo de esa necesidad la desesperación, y de ésta la impenitencia, viene a cumplirse la amenaza. de Cristo: Moriréis en vuestro pecado (1), el que nace de la pasión domi– nante. Parece cosa de ningún momento una pasioncilla que inclina al ocio; pero observa con cuidado: el ocio co– mienza a aborrecer la celda; cuando se aborrece la celda, comienza a enfadar el convento; cuando des– agrada el convento, se procuran las salidas fuera sin (I) In peecato vestro moriemiiii. a oainn. 8-21).
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