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sólo para este fin de servir a Dios y si no le sirvo, soy un ser inútil, un árbol sin fruto, que sólo puedo esperar ser arrojado al fuego. Concurre Dios a todas mis obras, palabras y pensa– mientos, dando con semejante concurso infinita gloria a si mismo. Y yo, por tanto, formo desde ahora la intención de dar a Dios en todas mis obras, palabras y pensamientos toda aquella gloria que su Majestad se da a si propio, obrando, hablando y pensando en mí y por mí. Especialmente en el decir la Misa, o comulgar, ofreceré a Dios aquella Misa que El dice conmigo; en el rezar el Divino Oficio, aquel Oficio en el cual hablo con El y El me escucha; y se lo ofreceré con· sus mismas intenciones, y con las de Jesucristo. El es Dios que me calienta en el fuego, que me ali– menta con los manjares, que me da el respirar con el aire, etc. Me debe servir este pensamiento para reco– germe y glorificarle en todas las criaturas. Vivir en uno o en otro lugar, en este o en aquel convento ha de ser para mí indiferente, supuesto que en todas partes, en la montaña, en el llano, puedo hallar a mi Dios, que en todas partes es el mismo, que me conoce y me ama, y a quien yo únicamente debo y quiero amar. Que todo el mundo me ame, nada importa a mi eterna salud. Que todo el mundo me aborrezca y deteste no perjudica en un ápice mi eterna salvación. ¡Oh qué gran contento para mí, que en la inmensa variedad de los vaivenes de la vida puedo siempre en ellos santificarme y salvarme! La religión me recibió principalmente para esto, que

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