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45 MAXIMA Sobre el gobernarse sólo ,con p,rincipios eternos. En la profesión de nuestros votos hemos renunciado el mundo con la pobreza, los gustos de la carne con la castidad, y con la obediencia nuestra voluntad propia; por lo cual en nosotros no ha quedado otra cosa nuestra sino el espíritu. De donde no debemos gobernarnos con otros dictámenes o principios, que con los del espíritu: esto es, con aquel espíritu evangélico, por el cual, no viviendo más a nosotros mismos, solamente · vivimos en Jesucristo y por Jesucristo. Toda máxima del Evangelio es una máxima de eter– na verdad y al seguirla es imposible engañarse. Y por lo contrario, toda máxima del mundo, de la carne y de las pasiones, es pura mentira, y al seguirla no puede uno menos de extraviarse. A fin, pues, de obrar con una rectitud, no diré humana, ni aun cristiana, sino religio· sa, es necesario gobernarse sólo con máximas eternas. Y estoy por decir, que el mismo interés de nuestro amor propio lo exige así, puesto ·que prácticamente se ve que Dios se complace en confundir más o menos presto de varias maneras a todos aquellos que se rigen con prude'ncias y políticas humanas. Verdaderamente si considerásemos bien el Evange· lio, no tendríamos mucha necesidad de pedir consejos a nadie; porque en él sólo se hallan las reglas necesarias para la buena conducta de nuestra vida. En este su– puesto, cuando nos proponen de una parte un empleo
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