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obra honesta. Y principalmente estás obligado a esto en tus obras principales, como son la frecuencia al coro, el estudio, los sermones, el oír las confesiones y otros empleos de la santa Obediencia. Deber tuyo es no poner los ojos en otra cosa que en Dios. Y de aquí examínate lo tercero: Si obras mera– mente por costumbre; si es porque así lo hacen también los otros, o por necesidad, o por sólo temor del castigo; si es por respeto humano, o haciendo el bien para que se vea y se forme de ti buen concepto; si dejas de hacer el mal, tan sólo para no ser criticado ni se formen mal concepto; si en materia de religiosidad te contentas con la apariencia exterior cuidando poco que en lo interior te falte la substancia. Y considera que ésta es una especie de hipocresía, que Dios sumamente detesta. No basta servir a Dios únicamente, sino que es necesario también servirle con fidelidad; esto es, hacer aquello que se hace con la debida puntualidad y dili– gencia; y sobre todo lo que mira directamente a la honra de Dios, pues como está dicho en la Sagrada Escritura, es maldito el que hace las obras de Dios ne¡;rlígentemente (1). Examínate, por tanto, lo cuarto, cómo celebras la Misa (o comulgas), que es la obra más excelente que puede hacerse para gloria de Dios. Cómo te aparejas para ello; en qué acción de gracias t~ ocu– pas después; si por lo menos, un cuarto de hora antes, y otro después, le has empleado en esto; si en el decir la Misa observas con exactitud las rúbricas prescritas por la Santa Madre Iglesia, a fin de asegurar al santo (r) Maledictus, qui facit opus Domini fraudulenter. (Je– rem. 48-ro).
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