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3IO confesión, sé cierto que jamás podré lograrlo por mí mismo si Vos no me ayudáis; ayudadme, pues, como os lo pido. Yo no lo merezco,- pero lo mere– ció por mí jesús, y por sus méritos me lo habéis prometido Vos, y de vuestra misericordia lo es– pero. Si con tales afectos acudes a Dios, te aseguro que Dios te ayudará; y atiende a lo que puede confor– tar en gran manera tu esperanza, en especial cuanto al dolor que es la parte más necesaria y principal; es de fe que Dios no puede faltar a su palabra en nada de lo prometido en la Sagrada Escritura, y te ha prometido muchas cosas, que quiere concederte todo lo que le pidieres tocante a tu salvación; pero entre todas hrn cosas es cierto que el dolor es del todo necesario para salvarse; si, pues, lo pides con la humildad y confianza dicha, puedes estar seguro de conseguirlo. Por lo cual 110 dudes; Dios te manda arrepentirte y desea verte arrepentido; y bien sabe que sin su gracia no lo puedes. ¿Cómo, pues, dudar de su infinita bondad, como si no quisiera ayudarte en cosa de tal importancia? Coopera, pues, a la gracia divina sirviéndote de todas las medi– taciones como de otros tantos eficaces motivos para excitarte al dolor, y valiéndote de estas normas para hacer un buen examen. VI. Dos suertes de pecados pueden darse en tu conciencia: pecados actuales, que son los que has come• tido algunas veces, aunque raras; y pecados habituales, que por una mala costumbre sueles cometer frecuente– mente. Ahora, pues, de los pecados actuales, que has cometido con particular malicia, si no hallares el número determinado y preciso, basta que hagas un probable

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