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300 en el exterior, honrado. Pero después he pensado que si en el tribunal de Dios fuere un Religioso honradísimo, pero sin espíritu, ¿a dónde iré? Yo veo dentro de mí una secreta soberbia por la cual me estimo, y quisiera ser también estimado de los otros. Si voy a buscar lo que hay en mí de qué poderme ensoberbecer, no hallo fundamento alguno; porque no tengo ciencia, ni virtudes, ni talento, ni otra cosa que sea digna de estimación; ¿cómo, pues, puede nacer en mí la soberbia? Con todo eso, la tengo, y bien lo co– nozco: soy un infeliz y de ningún provecho; y no tengo de apreciable más que el hábito que visto, y todavía me forjo ilusiones; me tengo por igual a los otros; quiero mantener mis puntillos; pretendo, hablo y respondo sin respeto a ninguno, sea quien fuere, y me molesta el ceder y humillarme. ¡Oh Dios mío!, que os dignasteis llamarme a este estado de humildad y quisisteis que yo vista este hábito, el cual todo respira humildad; dadme esta preciosa virtud. Todo el tiempo de mi vida os pediré, Señor, esta virtud, porque tengo extrema ne– cesidad de ella más que otro ninguno en mi estado. Observo que en la Religión cualquier lego que sea hombre de espíritu y atienda de corazón a servir a Dios, con la debida religiosidad en el propio estado, es bien visto y deseado de todos. Todos los Guardianes le quisieran en su familia. Todos lo pretenden por su compañero, y por todas partes tiene ocasión de estar consolado. Pero si conmigo obran al revés, no debo decir que se me infiere agravio y no se hace cuenta de mí porque soy lego; antes más bien debo confesar que se me hace justicia, porque como yo sé que en realidad
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