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para mí; porque yo no sirvo por humana merced, sino puramente por amor de Dios, y este amor divino enno– blece mi servidumbre. La diligencia consiste en hacer bien las obras de mi oficio y hacerlas a tiempo; quiero,.por tanto, aplicarme a lo que se me manda, y no de cualquier manera, sino como mejor supiere y pudiere, sin atender a cosa alguna que pueda distraerme o impedirme. El oficio que tengo lo he recibido de Dios, y lo debo hacer porª que asf .lo quiere Dios. pensamiento me basta para desechar toda pereza, ociosidad y negligencia. También he advertido en mí otro engaño, y es que en lo pasado era fácil en reputar !feíto todo aquello que veía hacer a cualquier hombre docto, y aunque conociese que no era conveniente a mi estado, decía yo: Esto hace tal Religioso, que es hombre docto; luego se puede hacer, y también puedo hacerlo yo. Esto me ha sido muchas veces causa de espiritual ruina; y en lo venidero no quiero imitar lo que hace tal o cual fundán– dome únicamente en que es hombre de gran doctrina, sino cuando se viese que es hombre que de veras atiende a la santidad. Que yo tenga respeto a un sacerdote virtuoso, docto y prudente, es un deber que me enseña la misma natu– raleza, la cual obliga a honrar la virtud donde quiera que estuviere; y en tal caso no sé yo si mi respeto se refiere verdaderamente al sacerdote como sacerdote o a la virtud que en él conozco. Pero cuando tengo res~ peto a un sacerdote de poco espíritu religioso y sacer– dotal, entonces estoy cierto que es propiamente honrado de mí como sacerdote y que yo he ejercitado un acto
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