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gioso que preferiría yo tener por asistente en la hora de mi muerte; y aquel que me parece sería mejor para asistirme y ayudarme, como deseo en aquel trance, ese debo elegir mientras vivo, y con él quiero proceder siempre con toda sinceridad y confianza, manifesb:'in· dole enteramente mi interior, pospuesto todo humano respeto; y quiero rogarle que me enseñe, me avise y me corrija con libertad en todo aquello que él conozca ser necesario o conveniente. El médico que tiene cuidado de mí en las enferme– dades del cuerpo, quisiera yo que me preguntase y algunas veces se detuviese a hablar sobre mi enferme• dad; y no es de mi agrado el recetarme la medicina, sin jamás decir nada. Pues así también debo desear que se porte conmigo el médico espiritual, que tiene el cuidado de mi alma. Cuando leo en los libros y Anales de nuestra Orden las vidas de tantos legos, que fueron grandes santos, y considero el modo con que obraron para llegar a tan alto grado de santidad, no obstante haber estado siem– pre empleados en oficios de fatiga y de distracción, hallo esto que me convence y satisface: al hacer su oficio no tenían otra mira que el hacer la obediencia; y luego de haberlo satisfecho con puntualidad, atendían a la oración. Pues también puedo fácilmente hacerme santo, haciendo gran caudal de la oración y de la obe– diencia. En la Religión ninguno tiene. más necesidad de hacer oración que yo en mi estado de lego; porque debiendo ser mi vida activa, conversar frecuentemente con los seglares, ya en la limosna, ya en la portería, huerta y
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