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295 letras, no se curen de oprenderlas. ¿Qué haré, pues, pobre de mi, en el estado en que me hallo? Debo· con– solarme, porque para servir a Dios y salvarme no me es necesaria la ciencia. Aunque yo no sea de buen ingenio, bástame que sea de buen corazón y de buena voluntad. En mi estado de lego puedo amar a Dios, como el mayor teo!ogazo del mundo. Por esto vivo contentísimo. El no haber estudiado, por una parte lo estimo, por• que no tengo tanto peligro de ensoberbecerme con aquella ciencia que hincha, pero por otra veo también el peligro, de que por falta de estudio puedo facilisi– mamente engañarme en muchas cosas, con perjuicio de mi alma. ¿Qué camino tomaré, pues, para asegurarme en el estado de mi vocación? Rindo gracias a Dios, que en el tiempo de los Ejercicios me ha iluminado. En las dudas de conciencia que pueden ocurrirme, sobre si puedo o no puedo hacer tal cosa, no debo fiarme de mi, sino recur~ir a quien sabe y puede aconsejarme; porque de otra suerte, queriendo hacer el teólogo me pondré en el precipicio. Procuraré, por tanto, elegir siempre para confesor aquel Religioso, que conoceré más lleno de doctrina, prudencia y caridad, el cual sepa, y pueda instruirme y dirigirme en todas mis necesidades. En este punto de la elección de confesor no quiero dejarme llevar de la inclinación natural, ni seguir mi gusto en tomar éste o aquél, sino mirar sólo a asegurar la conducta de mi alma lo más posible. · Para conocer cuál sea mejor confesor para mí, quiero considerar en la familia donde estaré, cuál sea el Reli-

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