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294 Para atender al fruto, como estoy obligado, no basta predicar lá palabra de Dios, sino predicarla de la ma– nera que Dios quiere, con sencillez, sin vanidad. ¡Oh Dios! ¿Tengo vanidad en mi predicación? Quiero exa. minarlo con gran cuidado y corregir todo lo que me parezca indigno de la palabra de Dios. Fábulas, donai– res, inepcias, profanidad, altivas doctrinas y palabras de pocos entendidas, vosotras haréis que yo suspire y mucho en la hora de mi muerte, si no me enmiendo. Cuantos pecadores vienen a oír mi sermón, son otros tantos motivos eficacísimos que me obligan a recurrir a Dios, pidiéndole la conversión de ellos. To• das mis voces serán infructuosas, si Dios no les comu• nica su virtud; y por tanto debo decir siempre que voy a predicar, con espíritu humilde, fervoroso y devoto la oración siguiente: Da, Domine, voci tuce vocem virtutis. OREMUS Omnipotens ceteme Deus, qui dispositione mira– bili infirma mundi eligis, ut fortia qumque con/an– das, concedé propitius humilitati nostrm, ut piís Beatce Marice, et Beatornm Apostolorum Petri et Pauli precibas, verbi tui fructum ef/icaciter con– sequamur. Per Chrlstum Dominum, etc. Sobre el estado de Religfoso lego. Yo no he estudiado ni puedo darme al estudio, que la Regla así lo dispone. Aquellos que no
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