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nes, cuando ven que el predicador no sabe mortificar las suyas: bástales la autoridad del ejemplo; y creen más lo que ven que lo que oyen. Así como el predicador no debe ensoberbecerse entre las alabanzas, así tampoco debe amilanarse con los vi- . tuperios. Cumpla su ministerio con la debida prudencia, y no cuidándose de saber aquello que de él se dice o con él se hace, reciba de la mano de Dios la humilla– ción, si tuviere algún encuentro, acordándose de los Apóstoles, que: se retiraban muy gozosos, porque· habían sido hallados dignos de sufrir ultrajes por el nombre defesús (1). Jamás la sen_sualidad se cubre mejor bajo pretexto de necesidad que en aquellos días en que se predica, haciéndose entonces lícitas las delicadezas y como.di – dades; y sin embargo jamás se debería practicar tanto la penitencia y la mortificación propia como cuando debe predicarse a los otros. He de honrar mi ministerio: así decía a los roma– nos san Pablo (2); y así debo yo decirme a mí mismo. No solamente no quiero hacer cosa que desdiga de la alteza del ministerio apostólico, sino que debo y quiero hacer cuanto mis fuerzas alcanzaren, por honrarle y acredi• tarle con el celo y con la ejemplaridad de costumbres. Haz la obra del Evangelista, cumple tu minis– terio (3). Esta exhortación de san Pablo a Timoteo la (I) Jbant gaudentes, qitoniam digni liabiti sunt pro no– mine J es¡;, contmncliam pati. (Act., 5-41.) (2) 1vlinisteri11m meum honorificaba. (Rom., II-I3.) (3) Opus fcc Evaiigelistae, min,isterium tu11m imple. (II Tim., 4-5.)

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