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estudiado, y se sabe, harto difícil es. Por esto no debo estudiar sino aquello que conoceré ser voluntad de Dios que estudie; esto es, aquello que vea que pura y directamente se ordena a la gloria de nuestro Señor, y puede ser de provecho espiritual a mf o a los otros. El alma de un pobre es tan amada de Dios como la de un rey; y poco importa se llene el Paraíso de pobres o de ricos, Yo ruego al Señor me mantenga este buen deseo de preferir en mi ministerio los pobres a los ricos, cuando estará en mi elección. En esto hay menos vanidad, se hace ordinariamente más fruto, y se tiene la verdadera contraseña del Apostolado: El espíritu del Señor me ha enviado a evangelizar a los po– bres,· como leyó Jesucristo en el libro de lsaías (1). Conociendo lo que significa convertir un alma y co· nociendo además lo que soy, es lo suficiente para per~ suadirme que no contribuyo ni puedo contribuir en nada a esta conversión. ¡Qué ceguedad el figurarse y pensar que se puede hacer con cuatro palabras una obra que tanto le costó a Jesucristo! Mis palabras 110 son otra cosa, sino palabras de un hombre ordinario, y sola– mente es la gracia de Dios la que mueve los corazones. Es grande la obligación que tiene un predicador de ser perfecto; po1·que en quien predica la virtud, son más nocivos al prójimo ciertos defectos, que útiles y provechosas muchas virtudes; pues con el defecto se da ocasión de creer que todo lo demás es afectación e hipocresía. Los seglares toman lice!)cia para fomentar sus pasio· (r) Spi,vitus Doni-iivi... evctngeli.zcwe pauperibus misit· me. (Luc., 4-r8.)

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