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En obsequio del testamento de mi Padre san Fran– cisco, que me ordena honrar y reverenciar a todos aquellos que administran la palabra de Dios, tenerles el mayor respeto posible y abstenerme de censurarles; complaciéndome en que ellos acierten y tengan más aceptación que yo, no tan solamente si forman parte de mi Religión, sino también de otra cualquiera; porque ahí está la virtud, Hacer lo contra– rio, es orgullo, envidia, malignidad, y 1.rna conducta la más apartada del espíritu de Dios, que pueda tener un hombre que se emplea en la santificación y salvación de las almas. No contento Jesucristo de haberse preparado treinta años antes de comenzar su predicación, quiso también l'etirarse al desierto a practicar la mortificación. Con esto me enseña lo muy necesaria que es para un pre• dicador apostólico; porque con ello ediflca más al jimo, se habla con más autoridad, se hace más sión y más fruto. Querer estudiar mucho, saber mucho, y no tener en el amor propio algún deseo de exhibir lo que se ha aplicarse al trabajo más alto y provechoso que darse puede, cual es el estudio propio de nuestro estado, estudio que es imposible sustituir ni por la oración ni por otra cosa alguna creada, como no sea la ciencia infusa, que sería peca– do esperar de Dios. Esto que teológicamente es irrebatible, vérnoslo prácticamente demostrado en la historia de los sa[1- tos que profesaron vida mixta. Nadie ha habido en el mundo ni más activo ni más trabajador, ni más continuamente en– tregado a la oración que estos grandes siervos de Cristo. Valga por todos el que para nosotros es modelo supremo, San Francisco, nuestro Padre, portento de actividad y de esp¡ritu de oraci&n.
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