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28r negligente en la estrecha obligación que tengo de atender Eli la perfección. En mi estado sacerdotal, esto es lo que más debe hacerme temer y temblar, Recibo todos los afíos, dentro de mí, trescientas sesenta veces el cuerpo de Nuestro Sefíor Jesucristo; y al cabo del afio, soy aún aquel mismo, sino peor que era al prin· cipiÓ, sin humildad, sin caridad, sin paciencia, sin religiosidad, y sin espíritu. Yo no debo temer solamente por las comuniones sacrílegas, sino además por las infructuosas¡ esto es, aquellas que recibo, supuesto el estado de gracia, pero que de nada sirven a mi provecho espiritual en la adquisición de las virtudes; y esto por falta de prepa– ración actual. Si dice Cristo, que en el juicio divino habré de dar cuenta de todas mis palabras ociosas, ¿qué será de tantas Misas ociosas; quiero decir, de tantas Misas, que yo celebro, y de las que no saco algún fruto por culpa mía? (1). Mi Seráfico Padre san Francisco no se atrevió a (1) Una Misa. celebrada o una comunión recibida en gra– cia de Dios, siempre es una obra buena; y, por tanto, riguro– samente, no se puede llamar ociosa, es decir, vacía de mérito sobrenatural, siendo así que aumenta la gracia y el premio de vicia etenna. Para entender el verdadero sentido de lo que dice aquí el Autor conviene recordar l.a diferencia que existe entre el mérito y las virtudes. El mérito se adquiere por toda obra buena hecha en gracia ele Dios y con fin sobrenatural; y :no afecta a la sustancia ele él ,quei las obras se hagan con fervor o con tibieza, accidentes de la obra buena ¡y nada más. Las virtudes cristianas supmen fervor ele espíritu el cual además conservan; son poderosas energías sobrenatm·a– les, robustas vibracjones del espíritu que no se compadecen con la yerdadera tibieza de espíritu. Por esto se dan muchí– simas obras dignas de premio eterno que por la tibieza y

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