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Jesucristo, antes de instituir el venerable Sacramento, pensó en su propia muerte, como lo refiere el Evange– lista San Juan: Conociendo que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre (1). Enseñanza grande para mí de lo que debo hacer antes de celebrar la santa Misa: Aparejarme a ella todos los días, como si hubiese de ser aquélla la última de mi vida y alguna vez seguramente lo será por ventura cuando menos lo piense. Esta idea de acercarme al Altar, como por últi– ma vez, como si estuviese para morir, como si no hubie– se de subir más a él, me servirá mucho para portarme en aquella tremenda obra con sentimiento de espíritu. A veces me escandalizo de algunas mujerzuelas que comulgan tres, cuatro veces a la semana, porque me parece que no tienen aquella perfección que se requiere para ser dignas de tanta frecuencia de comuniones. Serán estas almas vírgenes, almas puras, que no ten– drán en la conciencia pecados veniales de malicia, y ocupándose en aparejarse devotamente, y en dar a Dios las gracias, sacarán el provecho debido que es la adquisición de las virtudes. No obstante, reflexionán– dolo, no acabo de persuadirme, y me parece que es bueno mi celo, pero bien, ¡oh, cuánto mejor haría de volver este celo contra mi mismo! Aquel Señor, a quien reciben las almas seglares en la Comunión, es el mismo, que yo recibo t6dos los días en la santa Misa. Yo me comulgo todos los días; y con todo vivo, como vivo, tan tibio en el servicio de Dios, tan (I) Sciens qnia vcnit hora ejus, 11t transeat e.1, hoc m1mdo ad Pratrem. (Joann., r3-r.)
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