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pl'olija, extenderme a declarar todos los estados, necesitando cada uno de un libro entero: habiendo ya expuesto el estado de Religioso bastantemente por todas las consideraciones de los diez días, y singular– mente el del Capuchino, en los exámenes del séptimo y octavo día: me place proponer solamente algunas sucintas reflexiones, en cuanto a los estados de sacer~ dote, de predicador, y de lego, que son los tres· estados, que entre nosotros los Capuchinos están más expuestos a los ojos del mundo. Sobre el estado de sacerdote. Ayudadme ahora, oh Dios mío, a hacer para la salud de mi alma aquel oficio, que hará el demonio contra mí en la hora de mi muerte, para precipitarme en la última desesperación. Mira, me dirá el enemigo infer– nal, considera tantas, y tantas Misas, como has celebrado por tantos afíos, recibiendo en cada una dentro de ti el Cuerpo, y la Sangre de Jesucristo. Una sola Misa dicha como se debe, habría debido bastar para hacerte santo; habiendo, pues, tú dicho cientos, y millares, ¿dónde está en tu alma esta santidad? Alma mfa, a esta primera acusación ¿qué dirás? ¿qué respon· derás? En efecto, así como uniéndose el fuego al hierro, se hace un hierro candente; así uniéndose tam– bién al alma el Dios de la santidad en el Santísimo Sacramento debería hacerse un alma santa. Y con todo, ¡Olos mío! ¡Dios mfo!, ¿cuán lejano estoy yo de la santidad? Para un sacerdote que no sea santo, no hay excusa alguna imaginable.

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